Agustín Ibáñez dirige desde agosto de 2019 el Centro de Investigación del Medio Ambiente (CIMA), un organismo con competencias en control de la calidad del aire y de las aguas, así como en divulgación en materia medioambiental. En esta entrevista desgrana las principales líneas de actuación presentes y futuras de la entidad que dirige y desgrana algunos de los retos pendientes.
Manuel Casino | @mcasino8 | Febrero 2022
Agustín Ibáñez sostiene que, en términos generales, la calidad del aire de Cantabria es buena o muy buena, apela a la necesidad de que Administración y sociedad aborden juntos la transición ecológica y estima que hay suficiente regulación ambiental, aunque reconoce que lo que seguramente falta es aplicarla y cumplirla mejor.
Pregunta.– ¿Que la sede del CIMA esté en Torrelavega obedece más al deseo de descentralización de organismos o a esa tradicional mayor preocupación medioambiental que existe en la comarca del Besaya?
Respuesta.– Obedece un poco a las dos cosas, aunque seguramente algo más a la segunda. Hace treinta años, cuando se creó el CIMA, el contexto social, económico e industrial de Cantabria era muy diferente al de ahora. En aquella época se decidió, y creo que con acierto, ubicar el centro en Torrelavega, a escasos metros del río Besaya, como una clara apuesta por la investigación medioambiental en una cuenca por aquel entonces más industrializada. Sobre la descentralización que comenta, considero que es bueno que haya centros de trabajo que no estén en Santander. Estamos a 24 kilómetros de la capital y en una localización privilegiada porque este es casi el centro de la región: por aquí se pasa para ir al sur, a occidente… Es decir, creo que estamos muy bien ubicados y que fue un claro acierto abrir aquí el CIMA.
P.¬ El CIMA dispondrá en 2022 de un presupuesto de casi tres millones de euros. ¿Suficiente?
R.– Un director de un centro siempre quiere más. Pero estoy satisfecho. Hay que tener en cuenta que formamos parte de una gran Consejería, como es la de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, con cerca de 1.300 trabajadores, desde la que atendemos las necesidades del sector primario, del mundo rural y por supuesto también las medioambientales. En ese contexto, entiendo que esos tres millones de euros han de ser suficientes para seguir desarrollando en 2022 los proyectos clásicos del CIMA y acometer nuevas líneas de trabajo.
P.– El recientemente creado Consejo Asesor de Cambio Climático y Medio Ambiente, que sustituye al Consejo Asesor de Medio Ambiente (CAMAC), cuenta con una representación social más amplia y un mayor componente técnico. ¿Qué espera de este órgano?
R.– Es un órgano al que damos mucha importancia a la hora de asesorar, aconsejar y emitir informes que ayuden a la Consejería a poner en práctica una política más eficaz y participativa. Reconocemos y agradecemos el trabajo del CAMAC, pero como bien dice hemos querido dotarle de una representación social más amplia, con más de 60 miembros de diferentes entidades, y con un carácter más técnico. Tenemos el compromiso de dinamizar desde aquí ese consejo asesor y convocar en enero una primera sesión constitutiva de este nuevo órgano que está presidido por el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla. Creemos que va a ser un órgano muy relevante de participación ciudadana que va a ayudar a que la gestión de esta Consejería sea en los próximos años también más transparente y participativa.
P.– La última cumbre mundial sobre el clima celebrada en noviembre se ha cerrado con un acuerdo de mínimos y con mensajes descafeinados, pese a que todos los gobiernos reconocieron que están fallando en su lucha contra el cambio climático ¿Una cosa es predicar y otra dar trigo?
R.– Sin duda. Pero ocurre en todas las cumbres, no solo en esta última celebrada en Glasgow. Está claro que este tipo de encuentros siempre arrancan con unas expectativas muy altas y al finalizar los resultados suelen defraudar a casi todas las partes. Pero en el caso de la COP 26 también hubo buenas noticias, como el acuerdo de no superar 1,5 grados centígrados a final de siglo, que medio millar de grandes firmas financieras gestionarán 130 billones de dólares destinados a objetivos climáticos relacionados con el Acuerdo de París, o que más de un centenar de países se han comprometido a salvar los bosques y acabar con la deforestación en 2030.
P.– Los combustibles fósiles, ¿deberían tener las horas contadas?
R.– Pues deberían. Eso nos está diciendo Europa y todos los organismos internacionales. Creo que el proceso de transición ecológica no tiene marcha atrás y que todos hemos de adaptarnos al mismo, por lo que es inevitable la descarbonización de los procesos productivos en el plazo corto-medio. No obstante, y enlazando con la pregunta anterior, lo cierto es que en la reciente COP 26 los negociadores finalmente no acordaron la eliminación progresiva de combustibles fósiles como el carbón, si bien pienso que es cuestión de tiempo. Pero estoy convencido de que esta transición ecológica tiene que hacerse no de forma impuesta, sino teniendo en cuenta a los agentes económicos y sociales. Ha de ser fruto de un camino compartido, de una negociación y un entendimiento entre Administración y sociedad. Si no lo hacemos así, no tendrá éxito.
P.– Cantabria reconoció en 2019 la situación de emergencia climática. ¿Somos conscientes los cántabros de lo que nos jugamos?
R.– Quiero entender que sí. Pero no dejo de reconocer que queda mucho por hacer. Esta declaración ponía sobre la mesa el camino de no retorno que hemos emprendido de degradación y abuso de los recursos naturales y el Gobierno de Cantabria alertaba de la necesidad de cambiar el paso y de apostar por una economía circular, por una bioeconomía. Lo que nos quedaría seguramente es hacer llegar ese mensaje a más estratos de la sociedad. Es sin duda uno de los retos que tenemos por delante porque, al final, todos somos parte del problema y de la solución.
P.– ¿A qué o a quién hay que achacarle los males que sufre nuestro medio ambiente?
R.– Todos tenemos la culpa. Todos somos responsables de lo bueno y de lo malo que le ocurre al planeta. Evidentemente, nuestro estilo y calidad de vida supone una huella ecológica sobre el medio ambiente. Pero igualmente, como decía antes, creo que todos debemos ser parte de la solución. Por eso, considero que la educación ambiental es una herramienta fundamental para, de alguna manera, revertir esta situación de degradación medioambiental.
P.– El respiro que dimos al medio ambiente con el confinamiento, ¿ha venido para quedarse o hemos vuelto a las andadas?
R.– Pues creo que lamentablemente fue algo efímero. Fue una auténtica pasada cómo descendieron los índices de contaminantes y de partículas en el aire, sobre todos en esos primeros meses de marzo, abril y mayo de 2020. Evidentemente dimos un respiro al planeta, pero unos meses después, con la famosa desescalada, los índices de calidad del aire volvieron a límites bastante normales. Con lo cual hay que deducir que aquel descenso no obedeció a que nos volviéramos de repente muy sostenibles, sino que fue la única parte positiva de la maldita pandemia. Ahora mismo estamos en una situación muy parecida a la que teníamos en 2020. Con todo, hay que decir que la calidad del aire en Cantabria es entre buena y muy buena, aunque tenemos algún punto como son el área metropolitana de Santander y el eje Torrelavega-Los Corrales de Buelna más preocupantes lo que, por otra parte, no debe sorprender a nadie. Y ahí debemos incidir todos: Gobierno regional, ayuntamientos, empresas y sociedad para construir ciudades más habitables y sostenibles. Pero por concluir, se puede decir que en el cómputo anual no hay superaciones en los niveles de calidad del aire. Y si los hubiera, para eso estamos nosotros. De hecho, una de las prioridades de trabajo del CIMA en 2022 será adaptar los procedimientos establecidos de aviso a la población en materia de calidad del aire, dado que ahora son más exigentes los parámetros nacionales e internacionales y en Cantabria deberemos adaptar los protocolos a la nueva normativa.
P.– ¿Tienen alguna otra prioridad?
R.– Mirando al futuro, estamos pendientes de distintas convocatorias nacionales y europeas a las que podamos presentarnos. Mientras tanto, el CIMA seguirá participando en proyectos europeos que suponen atraer a Cantabria financiación externa, como por ejemplo el Proyecto LIFE3E, que coordina MARE y del cual el CIMA es socio beneficiario, con el objetivo de investigar distintos aspectos del proceso de depuración de aguas residuales; o el Proyecto Interreg BIOMIC, coordinado en Cantabria por la Mancomunidad de Municipios Sostenibles, para impulsar el uso de nuevos bioindicadores que apoyen la gestión preventiva y la recuperación de las zonas costeras con medidas que favorezcan la adaptación al cambio climático.

Los laboratorios del CIMA, en la imagen, tienen encomendada la vigilancia de la calidad del aire y de las aguas de Cantabria.
P.– Un reciente informe señalaba que Santander es la tercera ciudad española con peor calidad de aire por contaminación de vehículos. ¿Es así?
R.– No es así. Lo desmiento. Lo primero, ese estudio que está ligado a determinadas organizaciones o por qué no decirlo, a determinadas corrientes políticas, no toma como referencia los valores legales oficiales del Ministerio de Medio Ambiente, sino los niveles que establece la OMS, que son mucho más exigentes, y que son recomendaciones y, por tanto, no son como tal vinculantes. Por eso, no lo podemos considerar fidedigno. En cualquier caso, alguien podría decirme que, aunque sean los valores de la OMS y no los oficiales, seguimos estando mal. Nos sorprende muchísimo. Santander es una ciudad pequeña-mediana y no parece razonable pensar que la capital de Cantabria tenga más contaminación que Zaragoza, Valencia o Sevilla. De hecho, los informes anuales del Ministerio confirman que en Cantabria la calidad del aire es muy buena.
P.– ¿Echa algo de menos en la actual legislación medioambiental para luchar contra la contaminación?
R.– Creo que es profusa y que hay suficiente regulación. Lo que falta seguramente es aplicarla y cumplirla mejor. Y también nos falta, y aquí hago un poco de autocrítica, coordinarnos mejor las distintas administraciones porque para el ciudadano, cuando tiene un problema real, puede resultar un tanto mareante no saber a quién tiene que acudir, si al Gobierno, al ayuntamiento, a la confederación… Lógicamente, la legislación medioambiental tiene que ir mejorando con el paso del tiempo pero, insisto, lo que tenemos que hacer es ser capaces de aplicarla y coordinarnos mejor para que ese famoso problema de las competencias deje de ser tal.
P.– Sostiene que el CIMA es mucho más que la medición del aire que respiramos. ¿Quizá hace falta una mayor labor de difusión del trabajo que desarrolla?
R.– Es verdad que el CIMA es mucho más que la medición del aire que respiramos, si bien otorgamos una importancia capital a la Red Automática de Vigilancia y Control de la Calidad del Aire de Cantabria porque, a la postre, estamos hablando de medio ambiente pero también de salud. Pero es igualmente muy importante la labor de nuestro laboratorio de calidad –uno de los emblemas del centro–, y el trabajo que desempeñamos en el ámbito de la información y educación ambiental, voluntariado, etc., con programas como el Centro de Documentación y Recursos para la Educación Ambiental de Cantabria (Cedreac) y el Programa de Educación Ambiental y Voluntariado de Cantabria (Provoca).
P.– Desde su organismo han hecho un esfuerzo por acercar la información ambiental al ciudadano a través de diferentes páginas y plataformas en internet. Sin embargo, la lectura e interpretación de los datos que ofrecen no están siempre al alcance de todos. ¿No es un poco tratar de matar moscas a cañonazos?
R.– Puede ser. Somos conscientes de que la información ambiental es árida. Y que muchas veces hay que traducirlo. Por eso tratamos de emitir mensajes claros a través de la página corporativa del CIMA, que es más asequible y digerible para el ciudadano de a pie. Por otro lado, también apostamos en los últimos tiempos por las redes sociales, donde se lanzan píldoras de información ambiental en formatos populares y de fácil comprensión; e incluso, vinculado al Cedreac, tenemos nuestro propio canal de YouTube con mensajes de información ambiental. Con todo ello creo que seremos capaces de comunicar mejor lo que queremos.
P.– ¿Cómo calificaría la calidad de las aguas en Cantabria?
R.– Ha experimentado un cambio brutal. Recuerdo cómo era la calidad de las aguas de Cantabria hace veinte años y es evidente que ha mejorado mucho gracias a los esfuerzos de los ayuntamientos y del Gobierno regional para habilitar infraestructuras. Aquí también ha sido importante la labor de investigación de laboratorios como el del CIMA. Dicho esto, es claro que todo es mejorable. Seguramente tenemos un problema todavía en el mundo rural con muchos núcleos muy pequeños y muy aislados pendientes de depurar sus aguas residuales. Conseguir la depuración de todos estos pequeños núcleos es sin duda un reto. Y aquí, pensado en nuevas soluciones, hay que hablar de biotecnología, un campo en el que ya existen experiencias de fitodepuración de aguas residuales en las que ya participamos y en las que se puede seguir trabajando en los próximos años. A todo esto, hay que recordar que la competencia en este capítulo corresponde a la Consejería de Obras Públicas, con la que trabajamos de la mano aportando nuestro granito de arena.
P.– ¿El riesgo de contaminación en Cantabria viene más por tierra (industrias y vehículos a motor), mar (transporte marítimo) o aire (tráfico aéreo)?
R.– Los focos emisores son múltiples. Los principales son el tráfico rodado y los centros productivos, pero al final todos, incluidos los edificios y los hogares, contribuimos a esa contaminación. Con todo, creo que el mundo de la empresa en Cantabria, la industria y otros sectores productivos han hecho un esfuerzo muy importante en los últimos años para reducir esas emisiones y adaptarse al cambio. Está claro que la adaptación inherente a la transición ecológica es algo muy fácil de decir, pero muy complicado de hacer.
P.– Ya que lo cita, para preservar el medio ambiente los expertos abogan, entre otros objetivos, por incorporar mejores técnicas industriales en las empresas. ¿Lo están cumpliendo?
R.– Totalmente. La empresa de Cantabria es una empresa responsable. En este sentido, también reconozco la labor de organizaciones como la CEOE y la Cámara de Comercio, que a través de sus distintos foros medioambientales les asesoran en este proceso. Muchas empresas tienen autorizaciones ambientales e implantados sistemas de gestión ambiental e, incluso, otras que en el marco de la responsabilidad social corporativa llevan a cabo actuaciones ambientales. Pero como es lógico hay empresas más ejemplares que otras. Y en este camino, Gobierno y empresas debemos caminar juntos. De hecho, colaboramos con ellas, a través de distintas líneas de ayuda, en ese proceso de adaptación y transición ecológica hacia una economía más sostenible. No obstante, como no todo es de color de rosa, cuando las empresas incumplen, ahí está la Administración y el vigilante para actuar.
P.– ¿Qué nos falta entonces para que Cantabria sea realmente verde?
R.– Cantabria es verde, pero lo podría ser más. Es una comunidad extraordinaria. Tenemos numerosos espacios naturales protegidos y están en camino las declaraciones de otros nuevos parques. Somos un paraíso, pero evidentemente también tenemos riesgos. Por eso, desde organismos como el CIMA debemos estar vigilantes para que los impactos que genera la propia vida en las ciudades y los pueblos, la actividad industrial y el transporte no impidan que Cantabria siga siendo verde. Desde este centro y desde la Consejería vamos a seguir velando por el cumplimiento de la normativa medioambiental que, en términos generales, se está cumpliendo. Se puede decir que el comportamiento de empresas y personas es bueno en general y que cuando se produce algún incumplimiento, que claro que lo hay y seguirá habiendo, entra en vigor la ley y la Administración. En este sentido, quiero poner en valor el trabajo de organismos como el nuestro para ayudar al Gobierno de Cantabria a que la comunidad siga siendo infinita, también desde el punto de vista ambiental.