Las cooperativas de crédito, que tienen a las cajas rurales como principal exponente, suponen el 5% del sistema financiero español y cuentan con indicadores cualitativamente mejores que bancos y cajas de ahorros, aunque con un tamaño que las enfrenta a problemas similares a los que afrontan estas últimas y ante los que se barajan soluciones muy parecidas: sistemas de integración y fusiones.
Texto de José R. Esquiaga. @josesquiaga Publicado en julio de 2011
Son cajas, pero no de ahorro, aunque de puertas afuera, en la percepción del cliente, no hay nada que las distinga de éstas, ni tampoco de los bancos. Las cooperativas de crédito, con las cajas rurales como principal –aunque no único– exponente, ofrecen los mismos productos que bancos y cajas, se relacionan de forma idéntica con el cliente y están igualmente sujetas a la supervisión del banco de España pero, en cambio, presentan números cualitativamente mejores que los del conjunto del sistema financiero, aunque con un tamaño que las sitúa ante similares incertidumbres, amenazas y retos que los que afronta cualquier entidad financiera, y singularmente aquellas que operan en un mercado más local. De hecho, y atendiendo únicamente al volumen de activos, todas las cooperativas están muy por debajo de la cota que el Banco de España fija como mínima para acudir con garantía a los mercados mayoristas, a pesar de lo cual el proceso de reestructuración se está haciendo sin las presiones ni los plazos que sufren las cajas de ahorros. En total, en España operan 80 cooperativas de crédito, la mayor parte de ellas –66– confederadas dentro del grupo Caja Rural, aunque dos de las mayores –Cajamar y Caja Laboral Popular– funcionan de forma completamente independiente. Ambas, y también Caja Rural Burgos, cuentan con oficinas en Cantabria.
Cualquier aproximación al sector debe comenzar por despejar dudas terminológicas, y no sólo las que puedan llevar a confundir estas entidades con el conjunto de cajas. De hecho, y desde una perspectiva estrictamente cántabra, es imprescindible hacer una primera diferenciación que va más allá del aparente juego de palabras: no es lo mismo cooperativa de crédito que sección de crédito de una cooperativa, lo que marca distancias con fiascos como el acontecido en Monte en 2006, cuando el entramado financiero construido en la cooperativa agraria se vino abajo, con un pasivo de algo más de 22 millones de euros. A diferencia de este último caso, las cooperativas de crédito forman parte del sistema financiero con todas sus consecuencias, lo que supone entre otras cosas el estar sujetas a la regulación del Banco de España, y cubiertas por tanto por el fondo de garantía de depósitos.
Hecha esa salvedad, dos de las tres cooperativas de crédito con presencia en Cantabria –Cajamar y Caja Rural Burgos– tienen, como el resto de cajas rurales, un lejano parentesco con las cooperativas agrarias, de las que nacieron en un pasado más o menos remoto. La tercera, Caja Laboral, tiene su origen en el activo cooperativismo vasco y se integra dentro del conglomerado empresarial de Mondragón Corporación Corporativa (MCC). Ese distinto factor genético tiene su reflejo en algún otro aspecto –en Caja Laboral los trabajadores son también necesariamente socios de la cooperativa, pero no lo son los clientes, como sucede en las rurales– pero en esencia tienen más peso los puntos en común, por cuanto todas ellas forman parte de la tercera vía del sistema financiero español, una vía estrecha por dimensiones pero en la que algunos quieren ver la solidez del negocio bancario más tradicional, antaño patrimonio de las cajas de ahorro. Un modo de operar que huía de las grandes cifras, evitaba el riesgo y buscaba antes el beneficio social que el económico. No faltan quienes, por otro lado, encuentran en estas entidades muchos de los males que han puesto en cuestión el modelo de las cajas, sobre todo en lo que tiene que ver con la capacitación profesional de quienes copan los órganos de gestión, lo que puede dar lugar a quiebras como la que sufrió en su día –volviendo a las referencias autóctonas– la Caja Rural de Cantabria.
Las cifras avalan en principio la visión más positiva, con el único –aunque importante– condicionante del tamaño. En conjunto, las cooperativas de crédito suponen en torno al 5% del sistema financiero español, su morosidad se encuentra claramente por debajo de la media –5,68% frente a 6,35%– y, según los últimos datos, su cartera de crédito crece ligeramente, mientras el grifo de cajas de ahorros y bancos permanece cerrado. Carecen de los problemas para capitalizarse que condicionan al resto del sistema financiero y apenas sufren –cuanto menos en conjunto– la exposición inmobiliaria que tiene en un brete al resto del sistema. Todo lo anterior es tanto causa como consecuencia del limitadísimo tamaño de las entidades que forman el atomizado sector español de las cooperativas de crédito, la mayor de las cuales cuenta apenas con un volumen de activos mayor que el de una caja de ahorros mediana.
Cada vez menor rurales
Aunque nacieron en el ámbito rural y su principal objetivo es cubrir las necesidades financieras de sus socios, quien se acerque a la oficina de una de estas entidades no encontrará diferencia alguna con las sucursales de bancos y cajas, ni en la forma de operar ni en los productos a los que puede acceder. Al convertirse en cliente puede o no acceder también a la condición de socio, aunque es una elección que difícilmente condicionará cualquier decisión, dado que se adquiere con una inversión prácticamente simbólica. Como limitación, las cajas rurales no pueden tener operaciones activas con no socios que superen el 50% de los recursos totales lo que, en la práctica, supone que sea imprescindible acceder a tal condición en cualquier operación de riesgo –como puede ser la contratación de una hipoteca– algo que, en todo caso, tiene un coste mínimo: 60 euros, en el caso de particulares, y 300, si el futuro asociado es una empresa. No parece ningún lastre, si tenemos en cuenta referencias como las de la reciente ampliación de capital de Caja Rural Burgos, por importe de 6 millones de euros, para la que ha habido muchos más solicitantes que participaciones disponibles.
La entidad burgalesa, que responde a la tipología media del sector, es una de las tres cooperativas de crédito que tiene presencia en Cantabria, y de ellas es la que cuenta con una trayectoria más larga en la región y también la que dispone de un mayor número de oficinas, nueve, cuatro de ellas en entorno urbano. Esta última mención no es gratuita, si tenemos en cuenta que en su región de origen la práctica totalidad de las operaciones y clientela de Caja Rural Burgos está vinculada a la actividad agraria, algo que obviamente no sucede en Cantabria, aunque su llegada a la región sí estuvo directamente vinculada con el sector primario. La caja castellana vino a ocupar el lugar de la extinta Caja Rural cántabra, aunque el paso del tiempo, la escasa dimensión del mercado y la competencia de Caja Cantabria y Banco Santander, muy asentados en el ámbito rural local, le fue llevando a diversificar el negocio y a operar en otros sectores, básicamente particulares y autónomos y pymes.
“En Cantabria hemos perdido nuestras señas de identidad, es cierto –admite Fidel Terán, director territorial de Caja Rural de Burgos– pero eso nos llevó a buscar nuevos nichos, y hoy somos una entidad más en la región, se nos reconoce y se nos valora. Estamos muy satisfechos”. Aun con el condicionante de sus modestas dimensiones, lo cierto es que Caja Rural Burgos ha cerrado el difícil año 2010 con un incremento del 4% en el volumen de créditos, un capítulo que ha crecido un 20% desde diciembre de 2007, durante lo más duro de la recesión económica.
“Los tiempos son difíciles para todos, también para nosotros. ¿Por qué entonces mantenemos la solvencia, la capitalización, y somos capaces de seguir concediendo créditos? Por prudencia y diversificación. Apenas tenemos presencia en la construcción, nos centramos en particulares y pymes, y estudiamos las operaciones una por una. No tenemos más secretos”, explica Fidel Terán. Sobre el tamaño, el director de Caja Rural Burgos en Cantabria, que cuenta con algo más de 3.000 socios en la región, asegura que la entidad ha demostrado ser capaz de operar de forma independiente, ganándose y defendiendo su hueco en el mercado. Los beneficios que pudieran derivarse de un proceso de fusión, señala, se han alcanzado ya en buena parte gracias al grupo Caja Rural. “Lo que están haciendo ahora las cajas de ahorro es lo que hemos hecho nosotros ya, en buena medida, con el grupo: nos prestamos apoyo mutuo, compartimos servicios y tenemos un banco, el Banco Cooperativo Español, que hace de cúpula del conjunto de entidades”, señala.
Los 1.100 millones de activos de Caja Rural Burgos la sitúan en el puesto número 20, por tamaño, dentro de las entidades federadas en el Grupo Caja Rural, que suma 64.295 millones de euros como total de activo. Ambas son cifras que dan cuenta de las pequeñas dimensiones del sector, muy lejano del tamaño que alcanza en Europa, donde cooperativas de crédito como la holandesa Rabobank o la francesa Credit Agricole tratan de tú a tú con los gigantes de la banca. Aunque comparte algunos servicios –la plataforma informática, por ejemplo– y tiene mecanismos para que los socios se apoyen entre ellos, el grupo del que forman parte la mayoría de las cajas rurales españolas no integra los activos y pasivos de las entidades que lo conforman, que mantienen plena independencia en sus balances. Como lugar de encuentro, sí que ha servido para catalizar algunos procesos de integración que, en un camino similar al recorrido por las cajas de ahorros, empezaron diseñándose como fusiones frías para terminar por exigir de sus integrantes la cesión de todo su negocio a la entidad resultante. El camino, de cualquier forma, no se está recorriendo ni con las prisas ni con las presiones que viven las otras cajas, algo que se explica tanto por los buenos indicadores de solvencia como por la propia dimensión del sector, que apenas tiene capacidad para comprometer la estabilidad del conjunto del sistema financiero.
Otra de las consecuencias que se derivan de la existencia del grupo Caja Rural, y no menor cuando se habla de una hipotética integración, es la relativa coordinación con la que cada entidad ha acometido su proceso de expansión, lo que hace que apenas se dé solapamiento de sucursales en la misma provincia. Eso, que ha evitado que la conquista de nuevos mercados se diera con la agresiva competencia en crédito promotor que ha comprometido las cuentas de las cajas de ahorros, facilita también las fusiones pero, al tiempo, minimiza los ahorros de costes que puedan conseguirse.
Esa falta de solapamiento también se da en Cantabria, dado que Caja Laboral y Cajamar, las otras dos cooperativas de crédito que, junto a Caja Rural Burgos, tienen presencia en la región, no forman parte del grupo Caja Rural. La almeriense Cajamar Caja Rural, que formó parte en su día del grupo, es hoy la mayor cooperativa de crédito española, con activos por valor de cerca de 30.000 millones de euros. También es una de las más proactivas en el tímido proceso de reestructuración del sector, liderando fusiones –la última en junio, con la valenciana Caja Campo– que por el momento se han concentrado geográficamente en el arco del sur y el levante de la península. La llegada a Cantabria se produjo en 2008, con la apertura de una oficina en Torrelavega, y se consolidó en septiembre del año pasado con la entrada en servicio de la sucursal de la calle del Martillo de Santander.
Una caja distinta
Una trayectoria más larga, y también una mayor presencia en la región, tiene Caja Laboral Popular, que sigue a la almeriense en el ranking de las mayores cooperativas de crédito españolas. La rama financiera de Mondagón Corporación Cooperativa abrió en 2004 su primera oficina en Cantabria, donde cuenta hoy con 7 sucursales, 26.000 clientes y 30 socios trabajadores. Esto último –junto a la “vocación por el empleo”, que subraya José Ángel Vallejo, director territorial para Cantabria y Asturias– aporta el principal elemento distintivo de la cooperativa guipuzcoana que, a diferencia de las cajas rurales, no busca sus socios entre los clientes. Por lo demás, es plenamente representativa de lo que es una de las principales características de las cooperativas de crédito: buenos indicadores de calidad y pequeño tamaño.
Aun siendo una de las mayores cooperativas de crédito, los 21.000 millones de activo con que cuenta Caja Laboral Popular la situarían como una caja de ahorros de dimensiones más o menos modestas, abocada por tanto a fusionarse con otras en busca de ese tamaño mínimo que pide el Banco de España. En cambio, y a diferencia de lo que sucede en el caso de Cajamar, la cooperativa vasca no está jugando ningún papel en ese proceso, y apuesta en principio por continuar operando en solitario. “En la selva hay elefantes y hay ardillas y pueden vivir tanto unos como otros. Lo que no podemos –apunta José Ángel Vallejo– es competir con las mismas armas que los grandes, tenemos que especializarnos en calidad. ¿Podemos operar con el tamaño que tenemos? Estamos demostrando que sí, cuestión distinta es que el Banco de España decida otra cosa, y considere que, en lugar de las 80 cooperativas de crédito que existen actualmente, deba haber cuatro o cinco. Si eso sucede, ya veríamos qué hacer”.
El director regional de Caja Laboral en Cantabria no cuestiona la necesidad de reestructurar el sistema financiero, y admite que la propia entidad guipuzcoana –que cerró a comienzos de año su oficina de la calle Juan de Herrera de Santander para evitar duplicidades con la de Jesús de Monasterio– está llevando a cabo su propio proceso en ese sentido, aunque recalca que sin que eso suponga impacto en el empleo. Pero, sobre todo, asegura que el que una entidad financiera pueda permitirse ser a la vez fuerte y pequeña se explica sobre todo por lo realizado en los años anteriores a la crisis. “El Banco de España tiene razón cuando dice que un banco, o una caja, precisa un tamaño mínimo para acudir a los mercados mayoristas de capital. Pero es que nosotros no necesitamos acudir a esos mercados, porque no tenemos las necesidades que tienen las entidades que han crecido con la inversión inmobiliaria”.
Como el resto de cooperativas con presencia en Cantabria, la oferta de producto de Caja Laboral no se diferencia de la que pueda ofrecer una entidad financiera convencional. También como ellas ha concentrado su negocio en los últimos años en el segmento de pymes y particulares, con especial atención al crédito al consumo. Las tres, Caja Rural Burgos, Cajamar y Caja Laboral, acabaron el pasado año con beneficios modestos –de 5, 12 y 51 millones, respectivamente– pero que, aunque decrecientes a consecuencia de la caída del negocio y del margen, se sostienen mejor que los de entidades mayores. Todas manejan ratios de solvencia y de capital principal de dos dígitos, y son excedentarias en liquidez. En conjunto, son indicadores que dotan de una batería de argumentos a quienes defienden un modelo de banca distinto y que, en esencia, no es diferente al que inspiraba en origen a las tradicionales cajas de ahorros. Queda por demostrar la capacidad de las cooperativas de crédito para desenvolverse, con su modesto tamaño, en una crisis de impacto global y dimensiones de gigante. Vivir como ardillas en la selva, siguiendo la metáfora que propone el director de Caja Laboral, pero intentando salir indemnes en medio de una estampida de elefantes.