Laboreso hace historias
El programa que promueve la estancia de alumnos de Secundaria en empresas cántabras cumplirá 20 años el próximo curso, un tiempo en el que ha propiciado que más de 10.000 estudiantes de entre 15 y 16 años establecieran así su primer contacto con el mundo del trabajo. Concebido como un medio para conectar la realidad laboral y el día a día de los institutos de enseñanza, Laboreso se plantea también como una herramienta para ayudar al alumno a orientar sus estudios pero, a decir por quienes han tomado parte en la experiencia desde uno u otro lado, termina por ser mucho más que todo eso.
José Ramón Esquiaga | @josesquiaga | Julio 2024
Pedro Rodríguez, encargado de coordinar el programa desde la Cámara de Comercio de Cantabria, no necesita hoy dar demasiadas explicaciones cuando llama a una empresa en busca de un lugar en el que pueda realizar sus prácticas alguno de los alumnos participantes en Laboreso. Nada que ver, desde luego, con lo que sucedía cuando, en 2005, se puso en marcha esta iniciativa, que promovía la estancia de estudiantes en los centros de trabajo para algo emparentado en cierto modo con las prácticas laborales, pero que tenía muy poco que ver con nada que se hubiera hecho anteriormente. La principal novedad estaba relacionada con la edad y la formación de los estudiantes: adolescentes de entre 15 y 16 años sin ningún conocimiento previo sobre el oficio o tipo de labor a realizar. Porque ese era, precisamente, el objetivo que se perseguía con una idea importada del Reino Unido y que no contaba con antecedente alguno en España: propiciar a los alumnos de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) un primer contacto con el mundo laboral, a través de estancias de 15 días en los centros de trabajo, cumpliendo el horario que correspondiera y realizando las tareas que les fueran encomendadas.
“La reacción inicial cuando lo proponemos suele ser de sorpresa, porque esto no son las prácticas de formación profesional que pueden conocer y se trata de gente muy joven. Afortunadamente contamos ya con una base de 2.500 empresas e incluso entre las que puedan no estar ahí, son muchas las que han oído hablar del Laboreso y es todo mucho más sencillo que antes”, admite Pedro Rodríguez, que coordina Laboreso desde su primera edición, en el curso 2005-2006.
Los orígenes de la iniciativa hay que buscarlos un poco antes que eso, durante la estancia en Reino Unido de Marino Pérez, profesor y orientador del Instituto de Educación Secundaria (IES) La Granja, de Heras. Marino, hoy jubilado, había obtenido en 1998 una plaza en el instituto Vicente Cañada Blanch, de Londres, lo que le permitió tomar contacto con el sistema educativo británico y, dentro de este, con lo que se conocía como ‘work experience’, el periodo de estancias en empresas que debían realizar los estudiantes que cursaban el equivalente a lo que aquí sería el tercer año de secundaria. “Uno de los criterios que guía a los centros españoles de educación en el exterior es adaptarse al lugar en el que están, y a mí me llamaron la atención sobre todo dos cosas del sistema educativo británico: la atención a la diversidad y esta estancia obligatoria de dos semanas en empresas para alumnos que tenían entre 14 y 15 años”, recuerda el profesor, que propuso trasladar esta ‘work experience’ –experiencia laboral, en su traducción literal– al instituto español de Londres en el que trabajaba. La idea fue bien acogida, lo que permitió a los estudiantes entonces matriculados en el Vicente Cañada Blanch convertirse en los primeros de un centro español que realizaban prácticas en empresas antes de haber alcanzado siquiera el último año de la educación secundaria obligatoria.
Marino Pérez finalizó su estancia en Inglaterra en 2004 y, de vuelta a Cantabria, se trajo entre sus papeles la memoria del proyecto que había redactado a petición del consejero encargado del área educativa en la embajada española en la capital británica. Con ese documento bajo el brazo, inició un peregrinaje de despacho a despacho dando a conocer la idea y proponiendo su traslado a Cantabria. “Lo explicaba en los centros, y era bien acogido por los alumnos y por la mayoría de los compañeros profesores, aunque también hubo algunos que no lo entendían. En la consejería fue mucho más complicado, no lo veían y llegaron a decirme que era imposible, que ninguna empresa iba a aceptar a nadie”.
Aterrizaje de un modelo único
Como suele suceder en casos como este, en lo que lo más complicado es romper las inercias que impiden moverse por caminos distintos a los ya conocidos, el impulso definitivo llegó de la mano de personas concretas, y casi por casualidad: “Una compañera conocía a Isabel Cuesta, por entonces directora de Formación de la Cámara de Comercio, a la que le gustó mucho la idea. Después resultó que el secretario general de la Cámara, Antonio Mazarrasa, conocía la ‘work experience’ porque uno de sus hijos había estudiado en Inglaterra, y tenía un gran recuerdo de aquello”. Lograr la implicación de la Cámara de Comercio de Cantabria fue definitivo para que pudiera ponerse en marcha el proyecto, al salvarse así uno de los principales obstáculos: a quién correspondería la labor de poner en contacto a los centros de enseñanza con las empresas, buscando puestos que se ajustasen a lo solicitado por los estudiantes.
En Reino Unido esa labor de coordinación la realizan las ‘charities’, entidades sin ánimo de lucro que se ocupaban de la intermediación, financiándose a través de unas cuotas que abonaban a partes iguales los alumnos y los centros educativos. En Cantabria, una vez encajadas las piezas, sería la Cámara la encargada de la gestión de lo que ya se bautizó como Laboreso, y el Gobierno regional quien aportaría los fondos para financiarlo. Así las cosas, la iniciativa arrancó en el curso 2005-2006, con la participación de siete centros educativos, 58 empresas y 58 alumnos.
En aquella primera edición, y también en los cursos siguientes, el proyecto se desarrolló con algunas limitaciones y también con significativas diferencias respecto a su modelo británico, circunstancias ambas que tenían que ver el enfoque en cierto modo experimental que se dio a la iniciativa, pero también –cree Marino– con el escepticismo con que se contempló la idea en esa fase inicial por parte de los responsables de la consejería. La experiencia, por ejemplo, se limitó a los alumnos de diversificación –aquellos con necesidades educativas especiales o, en un resumen incompleto pero no del todo equivocado, a quienes les iba mal en sus estudios– y a cuarto de la ESO, en lugar de la vocación universal y para los estudiantes de tercero que tenía la ‘work experience’. Aunque fueron cambios que Marino Pérez considera que desvirtuaron la naturaleza y los objetivos del proyecto, lo cierto es que aquel arranque permitió demostrar que, al contrario de lo que pensaban algunos tanto en la consejería como en los institutos, era perfectamente posible materializar en Cantabria una idea como esa.
Aunque en buena medida ha terminado por verse de esa manera, el propósito principal de la ‘work experience’, o de Laboreso, no es tanto ayudar a los participantes a orientar sus estudios, sino enfrentarlos a la realidad del mundo laboral, a sus horarios, rutinas y a las jerarquías y organización de tareas inherentes a los centros de trabajo. Es ahí donde encaja esa vocación de universalidad que tiene el referente británico y que, aunque las sucesivas reformas han ido ampliando la base de estudiantes potencialmente beneficiarios del programa, su réplica cántabra está aún lejos de poder igualar. Con todo, tanto en las anécdotas que relata Marino Pérez como en los recuerdos de quienes han participado desde cualquiera de los lados en la experiencia son constantes los ejemplos que llevan a pensar no ya en que Laboreso cumpla con fines como esos, sino que alcanzan algunos otros que no estaban entre los inicialmente planteados.
Aprendizaje en dos direcciones
Quizá alguno de los más llamativos tiene que ver con la vía de doble sentido que Laboreso abre entre el mundo académico y las empresas. Porque el desconocimiento de lo laboral que existe en los alumnos, y que se pretende ayudar a paliar con el programa, no es mayor que el que tienen las empresas sobre los estudiantes, sus inquietudes, conocimientos e intereses. Marino Pérez recuerda, por ejemplo, la emoción del propietario de un taller de reparación naval cuando supo que había algún alumno que quería tomar contacto con ese trabajo, que hasta entonces consideraba completamente ajeno a las inclinaciones de los adolescentes. También directamente relacionadas con la distancia entre esos dos mundos, la mayoría de las reticencias que suele plantearse una empresa a la hora de acoger a uno de estos alumnos tienen que ver con la capacidad, los saberes y la actitud a esperar de chavalas y chavales de 15 y 16 años, lo que en gran medida se asienta sobre prejuicios que el programa puede ayudar a combatir.
Que Laboreso también supone un aprendizaje para las empresas es la razón de fondo que explica por qué desde la Cámara de Comercio tienen hoy más fácil encontrar centros de trabajo en los que los alumnos de Laboreso puedan realizar sus prácticas. Aquellas 58 empresas con las que nació la experiencia en 2005 son ahora más de medio millar, y ello pese al relativo frenazo a las cifras que provocó la pandemia. La mayor parte de las que han participado alguna ocasión en Laboreso, repiten, en tanto que entre aquellas con las que se contacta por primera vez –Pedro Rodríguez explica que cada año intentan sumar nombres a la lista– son ya muy pocas las que no han oído hablar de la iniciativa, y habitualmente para bien.
Aunque el trabajo de incorporar empresas al programa sea ahora más fácil de lo que fue en sus inicios, ello no significa que sea sencillo sacar adelante la edición de cada curso. Laboreso cuenta con un presupuesto de 50.000 euros, aportados íntegramente por la Consejería de Educación del Gobierno de Cantabria, con los que se financia la gestión del proyecto por parte de la Cámara de Comercio. A ella corresponde coordinar a los diferentes centros educativos, recoger de estos las solicitudes de los alumnos sobre las profesiones que les gustaría conocer y encajar luego estas peticiones en las empresas que colaboran con la iniciativa. Para esto último, y además del rompecabezas que supone cuadrar preferencias con disponibilidad, hay que tener en cuenta el criterio de proximidad, horarios y oferta de transporte público, al tratarse de menores de edad que tienen limitada su capacidad para desplazarse por sus propios medios.
Un proyecto ya consolidado
La decisión final sobre qué alumnos participan en el programa corresponde a los centros, aunque la iniciativa ya no se limita a alumnos de diversificación. En la edición de este curso son 556 los participantes, la cifra más alta desde la crisis sanitaria, cuando el programa se readaptó al ser imposible la estancia en las empresas. En torno a este número, calcula Erika Ceballos, responsable de Formación de la Cámara de Comercio, se mueve el máximo de participantes que podrían gestionarse con los medios actuales. “En todo caso, el proyecto está muy consolidado”, destaca.
José Luis Blanco, actual director de Calidad y Equidad Educativa del Gobierno de Cantabria, ocupó también ese cargo en la legislatura 2007-2011, cuando su implicación fue decisiva, según recuerda Marino Pérez, para que Laboreso dejara de estar limitado a los alumnos de diversificación y diera un gran salto adelante. Hoy reafirma su compromiso con la iniciativa y se declara abierto a todas las opciones para darle un nuevo impulso, incluido un incremento de la cantidad económica con que está dotado el programa: “Pero no creo que el problema principal sea el presupuesto. Hay que tener en cuenta que no solo los alumnos de Laboreso demandan prácticas en empresas, tenemos a todos los matriculados en la Formación Profesional y también un tejido productivo que en Cantabria no es especialmente grande y que está constituido sobre todo por pequeñas y medianas empresas. Yo creo que es ahí donde está el gran obstáculo”, señala Blanco, que por ello valora especialmente la labor que realiza la Cámara de Comercio para encontrar centros de trabajo para los alumnos, algo que puede ser relativamente fácil en Santander y Torrelavega, pero que admite que es enormemente complicado fuera de los entornos más urbanos. En lo que no expresa duda alguna es en la capacidad del programa para favorecer los objetivos que considera debe tener cualquier sistema educativo: generar personas capaces de integrarse en la sociedad con normalidad y plena capacidad, y en eso la incorporación al mundo laboral juega un papel, destaca, de especial relevancia. “Con Laboreso hemos tenido casos de chavales que estaban pensando en dejar los estudios y que, tras la estancia en las empresas y ese primer contacto con el trabajo, han vuelto al instituto convencidos de la necesidad de acabar la ESO y seguir su formación para poder dedicarse a aquello con lo que habían tomado contacto”, recuerda el director de Calidad Educativa del Gobierno cántabro.
Tras nacer en Cantabria hace ya casi veinte años, Laboreso ha sido replicado, con ese u otro nombre, en otras comunidades autónomas españolas, siempre con el asesoramiento inicial de la Cámara de Comercio. En Navarra se hace en un formato casi idéntico al cántabro, en tanto que en Asturias y en Madrid tiene un enfoque algo diferente, con intercambio de visitas entre los institutos y las empresas, más que con estancias de trabajo propiamente dichas. Una vez jubilado, Marino Pérez sigue desde la distancia este y otros avatares por los que pasa el proyecto que contribuyó decisivamente a poner en marcha, más o menos de acuerdo con las diferentes versiones que se han dado a la idea original, pero satisfecho de que esta haya salido adelante: “Me llevaría una gran frustración y me provocaría una gran tristeza si me entero que se cancela, pero mientras tenga continuidad me parece fabuloso, porque lo importante son los resultados, y estos siempre van a ser positivos”, concluye.