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La santanderina Ana Terán terminó sus estudios de periodismo no encontró ninguna opción de empleo en la profesión para la que se había formado y, tras un periodo de trabajo en una empresa del sector textil, volvió a Cantabria decidida a poner en marcha su propio proyecto: un taller para fabricar sus propios diseños en pequeña joyería, siempre con artículos que puedan venderse por menos de 30 euros y las adolescentes como público objetivo. Algo más de un año después de crear Salitre Jewery, cuenta con clientes de todas las edades y ha comenzado también a vender diseños ajenos, aunque la exclusividad de las joyas que fabrica y comercializa sigue siendo el principal elemento diferenciador de su propuesta.

Sara Sánchez Portilla | Enero 2021

Emprender no es un camino de rosas, y tampoco fue la primera opción de la santanderina Ana Terán cuando finalizó sus estudios de periodismo. Sin opciones laborales en la profesión para la que se había formado, estuvo trabajando en el sector textil de Manchester durante un periodo de diez meses. Cuando pasó ese tiempo como empleada volvió a España con las ideas claras: quería emprender, soilo quedaba decidir en qué y de qué manera llevarlo a cabo.

“Tenía miedo y a pesar de que la moda textil me encanta, me parecía más factible hacer algo relacionado con complementos, como bisutería, que meterme de lleno en el mundo textil”, recuerda  Ana Terán cuando explica las decisiones que valoró cuando en 2019 decidió embarcarse en su propio proyecto. Descartado el sector textil, que requería una infraestructura y unos conocimientos que consideraba que no estaban a su alcance,  Ana Terán se decidió por la joyería artesanal: “Digamos que fue un poco por casualidad, porque tampoco sabía si iba a funcionar, si iba a gustar, así que lo hice como prueba. Pero esta prueba va a cumplir dos años y de momento no me puedo quejar”.

Ana Terán puso en marcha Salitre Jewelry en el verano de 2019, bautizando su empresa con un nombre que evoca el mar y a Santander, ya que tras su estancia en el extranjero lo que más echaba de menos era pasear por la playa y el propio olor del salitre. La idea de negocio y la propia marca se han consolidado, diseñando y vendiendo joyas por un precio que en ningún caso supera los 30 euros, tras una inversión inicial muy modesta –5.000 euros– y el apoyo familiar, que facilitó las infraestructuras necesarias para poder poner en marcha el negocio. La diseñadora santanderina admite que tener esa ayuda por parte de su madre fue una gran ventaja, ya que le prestó su taller y su ‘showroom’, evitándole así gastos de alquiler y otros servicios. “Contaba con ese plus, por lo que tenía que despreocuparme de muchos gastos. Eso fue una de las grandes ventajas para lanzarme. Quizás sin haber tenido eso no hubiera tenido el valor de emprender”, asegura.

Pero más allá de las infraestructuras y la inversión, la emprendedora santanderina considera que la principal base sobre la que construir su idea y diferenciar su producto era la personalización, clave para diferenciarse frente a la competencia del sector de la joyería. Ana comenzó con diseños laboriosos que exigían toda su creatividad y sus manos. “Cuando empecé el 100% de los diseños eran a mano, hechos por mí. En ocasiones hacía un boceto a mano alzada y otras lo tenía tan claro, por lo que no me hacía falta ni apuntarlo en una hoja. Sí es verdad que a veces tienes una idea y, cuando te pones a elaborarla, observas que no queda como pensabas. Es entonces cuando sobre la marcha vas probando, cambiando y viendo cómo va quedando. Es decir, experimentas la totalidad del proceso”.

Esta práctica del ‘ensayo y error’, habitual entre los emprendedores, fue fundamental en los primeros meses, y fue dando forma a lo que hoy es la empresa. “Adquieres una serie de aprendizajes que sin duda aplicarás al día a día y, probablemente, sirvan para mejorar la labor realizada”. Ana recalca que cada diseño es un mundo que, en ocasiones, sale a la primera, y otras veces no, por lo que requiere de paciencia, de hacer, deshacer y volver a hacer. Esa labor de ensayo y de búsqueda de soluciones ha llevado, por ejemplo, a cambiar la idea inicial de trabajar exclusivamente con diseños propios y comenzar a vender otros de otra procedencia, con los que puede ofrecer una mayor variedad a sus clientes.

La matería prima juega un papel importante a la hora de diferenciar el producto, lo que lleva a Ana Terán a implicarse directamente en las compras, tratando en persona con los proveedores. “La materia prima la obtengo normalmente en Madrid. Durante el confinamiento tuve que realizar los pedidos online y la mayoría de las empresas eran extranjeras, con mucho retraso en las entregas. Siempre y cuando sea posible prefiero acudir en persona a Madrid y conocer los talleres. Es muy importante poder ver el material, el tamaño, la forma el tacto. Pero en el confinamiento no tuve otra opción, comprando a ciegas y esperando a que llegara”.

La búsqueda de la exclusividad en el producto como principal factor para diferenciarse se concreta, por ejemplo, en ofrecer la posibilidad al cliente de poder personalizar sus propios accesorios. “Si un cliente me pide que la joya incluya colores de su preferencia, otros accesorios y, por ejemplo, el nombre de un ser querido, doy la opción de elaborarlo a raíz de sus elecciones. Además, envío fotos del proceso, para que vaya viendo y por si quiere cambiar algo. Puedo hacer cualquier modificación que me pidan”, explica.

El proceso de personalización no acaba ahí, también puede darse el caso de clientes que quieren una joya diferente y exclusiva, pero necesitan inspiración. En esos casos, la creadora de Salitre ofrece asesoramiento para que los clientes tengan lo que desean. “Todo el material que tengo se lo muestro al cliente y a partir de ahí vamos elaborando juntos su joya personalizada y en función de lo que me piden surgen nuevas ideas, nuevas inspiraciones”.

Además de contribuir a la exclusividad del producto, el contacto continuo y directo con los clientes también ha tenido un efecto positivo a la hora de tener un mejor conocimiento de la propia empresa y de las características del mercado al que atiende. “Realmente creía que tenía un ‘target’ muy marcado de chica joven, pero me ha sorprendido, y para bien, que mujeres adultas sean clientes habituales. El rango de edad de mis clientes puede oscilar desde los 15 años hasta los 50. Es un abanico muy amplio de edades. Al principio estaba obcecada con modelos para chicas jóvenes y era un error. Hay una clientela muy grande a partir de edades que antes no me planteaba”, admite Ana Terán. Los diseños de Salitre, señala, ni tienen edad ni pueden repetirse, ya que una vez realizados no vuelven a utilizarse.

Evolución

Al contacto directo, la personalización y la exclusividad con los que nació el proyecto, se han añadido después elementos a los que ha llevado la propia evolución de la empresa, como el modelo de compra y envío. Al principio las ventas se realizaban por Instagram ya que esta red social proporciona una serie de ventajas muy avaladas por los emprendedores. Pero a medida que todo crecía, Ana buscó un matiz más profesional poniendo a disposición de los clientes la página web de la marca. Ahora todos los pedidos se realizan a través de ella y, si los clientes quieren ahorrarse los gastos de envío, se da la posibilidad de hacer la recogida en el taller. “No hay tienda física como tal, pero sí doy posibilidad de recoger el producto en mano”.

A partir de su experiencia en estos dos años, Ana Terán ha confirmado la dificultad que conlleva poner en marcha un proyecto, así como lo complicado que es diferenciarse de la competencia. No obstante, y en su caso, sacar adelante un negocio, apostar por el cliente, cubrir sus necesidades, adaptar los servicios para que sean más accesibles, ofrecerle un producto exclusivo y personalizable y, finalmente, estar atenta al mercado y evolucionar con el, han sido claves para salir adelante pese a las complicaciones a las que se ha enfrentado. Incluyendo una crisis sanitaria global con la que nadie contaba.