Internet rural: el penúltimo desafío

El abandono de los pueblos y la concentración de la población en zonas urbanas es a la vez causa y consecuencia de la deficiente conexión a Internet que sigue sufriéndose en el ámbito rural, y que condiciona tanto la calidad de vida de los particulares como las posibilidades de éxito de cualquier empresa. Aunque la mala cobertura afecta a un inmenso territorio, quienes sufren el problema son relativamente pocos, y por tanto un mercado poco atractivo para las grandes compañías. La UE tiene como objetivo que en 2020 todos los europeos puedan acceder a Internet a una velocidad mínima de 30Mb por segundo, un propósito que no parece fácil de alcanzar y en el que tendrán máximo protagonismo los pequeños operadores.

Un reportaje de Jose Ramón Esquiaga @josesquiaga

Si ha recibido alguna vez una llamada de su operador de telecomunicaciones ofreciéndole un aumento de su velocidad de conexión a cambio de una pequeña subida, no es seguro que podamos considerarle afortunado, pero sí puede afirmarse sin temor a error que vive usted en un entorno urbano. No hay nada parecido a una carrera por la banda ancha en los pueblos, y no es previsible tampoco que la haya a corto plazo, o cuanto menos que quienes participen en ella sean las mismas compañías que abruman al urbanita con sus ofertas o que ofrecen en sus promociones combinados de telefonía fija y móvil, Internet y televisión con fútbol y series. La batalla por el Internet rural se disputará con reglas distintas, sobre todo las derivadas de un mercado que es vasto en extensión pero escaso en clientes, una combinación escasamente atractiva para los gigantes del sector, habituados a contar las altas y bajas de suscriptores en cientos de miles, y que ven condicionadas sus inversiones por deudas muchas veces millonarias. Pero el desafío está ahí, y plantea objetivos ambiciosos: la UE quiere que todos los europeos disfruten en 2020 de conexión a Internet con una velocidad mínima de 30Mb por segundo. Si hacemos caso de la fotografía actual, no va a ser ese un propósito sencillo de cumplir, aunque ya hay quien está en disposición de ofrecer esas velocidades en poblaciones remotas. Y no, no son los grandes operadores.

Como otras cuestiones que tienen que ver con el progresivo despoblamiento de las zonas rurales, el problema de llevar la conexión a Internet a los núcleos menos poblados adquiere la forma de un desalentador círculo vicioso. No es solo que las inversiones necesarias para ello sean difícilmente rentabilizables debido a la escasa base de clientes potenciales, sino que el no contar con esa infraestructura es un factor decisivo para que particulares y empresas huyan de los entornos rurales. Para los primeros, la conexión a Internet es un elemento básico en términos de calidad de vida. Para las segundas, y también para cualquier autónomo que necesite trabajar desde su hogar, la banda ancha es clave en términos de competitividad.

Tecnologías

Fernando Gaspar, CEO de Netcan.

Para ofrecer Internet de banda ancha a las velocidades que contempla el desafío planteado por la UE –los 30 megas por segundo– existen tres alternativas en términos de tecnologías capaces de alcanzar ese ritmo de transmisión de datos: el cableado de fibra óptica, la tecnología inalámbrica terrestre y la tecnología inalámbrica por satélite. Fuera de juego queda el viejo ADSL, incapaz de llegar –y más aún fuera de los núcleos urbanos–  a esas velocidades en términos reales, y también las redes móviles 3G y 4G, limitadas por su tiempo de respuesta y por no ser adecuadas para dar servicio a hogares y empresas, o en general a cualquier uso que implique más de una conexión simultánea. Netcan se dio de alta como operadora y optó, entre ese abanico de posibilidades, por la tecnología terrestre inalámbrica.

“La tecnología que utilizamos permite llegar a zonas que no disfrutan de buena cobertura, y hacerlo con una inversiones relativamente pequeñas, sobre todo su las comparamos con el cableado de fibra”, explica el responsable de Netcan, que admite que no hay ningún factor diferenciador en términos técnicos –”no hemos inventado nada”– pero tampoco limitaciones para ofrecer una calidad en la conexión comparable con la que se disfruta en las grandes ciudades. En la tecnología terrestre inalámbrica, la señal se transmite a través de antenas punto a punto, primero en una red troncal licenciada –que garantiza el ancho que está dispuesto a contratar el operador– y a partir del último eslabón, entre la última antena de la red troncal y la que tendrá el usuario final en su casa, a través de la banda libre. “Podemos comparar la red inalámbrica con un puntero láser, que lleva la conexión desde nuestra antena a cada hogar, una por cada cliente, que no comparte su señal con nadie”, apunta Gaspar.

Detalle de las antenas receptoras y emisoras de la señal de Netcan, instaladas en una de las torres de la red troncal.

El plan de inversión de Netcan contempla destinar 600.000 euros, en dos fases, para completar su red inalámbrica en Cantabria. Con ella cubre toda la franja costera y el eje que conecta Torrelavega con Reinosa y el límite con Castilla y León, siguiendo aproximadamente el trazado de la autovía de la meseta. La empresa instala sus dispositivos en antenas ya existentes, en su mayor parte pertenecientes a Cellnex Telecom –la antigua Retevisión– pero también a alguna propiedad de emisoras radiofónicas. Equipar uno de esos puntos con antenas capaces de cubrir los 360 grados del horizonte supone una inversión de unos 25.000 euros, a los que hay que sumar el coste mensual del arrendamiento. Desde la última antena de la red puede darse servicio a domicilios y empresas que se sitúen en un radio de hasta 20 kilómetros.

El caso de Netcan muestra perfectamente alguna de las paradojas y complejidades que caracterizan el mercado de la conectividad rural, y que explican que incluso en el caso de una tecnología que exige inversiones comparativamente modestas –sobre todo en relación con lo que supone extender una red de fibra– no sean muchos los operadores interesados en cubrir esa demanda, y que ese interés sea incluso menor en el caso de las grandes empresas. La clave está, sobre todo, en el número de clientes potenciales que estarían en disputa. “Nosotros trabajamos con el objetivo de llegar a dar servicio a unos 4.000 usuarios en Cantabria, no es demasiado realista pensar en más”, explica Fernando Gaspar, que admite que esa cifra carece de atractivo para empresas como Telefónica o Vodafone, sobre todo si se pone en relación con el esfuerzo que supone atenderla: “La clave no es tanto la inversión, sino el coste que tiene captar y dar servicio a un número de clientes tan pequeño y tan disperso. Ellos están en otra guerra”.

Netcan ofrece un servicio básico de 20 megas de velocidad simétrica –la misma de subida y de bajada de datos– aunque la velocidad más habitual que les están contratando son los 30 megas. La empresa ofrece esa velocidad de conexión por 47 euros, que se convierten en 49,9 si el cliente contrata el pack con telefonía fija y móvil: “Nuestras tarifas son perfectamente competitivas respecto a las de los grandes operadores, incluso más baratas, y nuestras velocidades son más altas y reales”, asegura Gaspar. Como punto débil de su oferta, sobre todo desde el punto de vista comercial, está el no poder ofrecer en sus paquetes la opción de la televisión, pero el gerente de Netcan confía en estar en disposición de incorporar también ese servicio en el futuro.

El repaso a las paradojas de la conectividad rural ofrece algunos otros episodios llamativos: pese al evidente desinterés que los gigantes de la telefonía han demostrado tener pos ese mercado, los usuarios siguen confiando en que una de esas multinacionales llame a su puerta. “Es sorprendente pero sucede, sí, sobre todo entre las personas de más edad. Les parece perfecto lo que les ofreces, pero te preguntan si eso mismo no se lo puedes dar con Telefónica”. A ese freno, que tiene que ver con el halo de infalibilidad del que –contra toda evidencia– sigue disfrutando quien tuviera el monopolio de la telefonía, hay que unir el relacionado con las expectativas de la extensión de la red de fibra inalámbrica: los usuarios confían en que esta llegue en un plazo hasta su localidad, y prefieren esperar a que eso suceda antes de inclinarse por otra opción, aunque eso suponga seguir sufriendo conexiones de baja calidad por un tiempo indefinido. “Esas dos objeciones, la de quienes siguen confiando en las grandes marcas y la de quienes esperan la llegada de la fibra, no tienen demasiado sentido. Nuestra instalación es rápida y no exigen ningún compromiso de permanencia: no va a suceder porque garantizamos la velocidad que se contrata, pero si el servicio no le convence, puede darse de baja sin penalización, y si cuando llegue la fibra, si es que llega, quiere cambiar, también puede hacerlo”.

La opción de la fibra

Si en el caso de la tecnología inalámbrica el desinterés de los grandes operadores tiene que ver con el esfuerzo comercial y de servicio, y no tanto con la inversión, cuando se habla de extender la red de fibra el problema sí tiene que ver con las cuantías necesarias para montar la infraestructura. Con la proporción de deuda sobre ingresos que tienen las grandes multinacionales de la telefonía, su capacidad para afrontar inversiones a amortizar en 25 años es muy limitada. Pero eso no significa que no puedan hacerlo otros.

Luis Marina, consejero delegado de Ibiocom, en una de los encuentros celebrados para presentar los planes de expansión de su red de fibra óptica en Cantabria.

Ibiocom nació hace un año con el objetivo de llevar la fibra óptica a cuanto menos 150.000 hogares de Cantabria. La inversión necesaria para hacerlo supera los 60 millones de euros, una cuantía de dimensiones más que respetables y que a primera vista podría parecer fuera del alcance de una empresa local. Que sea posible hacerlo se explica por el modelo de negocio utilizado para extender la red: a diferencia de lo que sucede en el caso de Netcan, Ibiocom no es un operador de telefonía, sino quien gestiona el despliegue de la infraestructura para quien luego va a utilizarla, en este caso Adamo. Los cántabros se ocupan de llevar la fibra a los hogares, y facturan sus servicios a los suecos.

Para extender la fibra, Ibiocom se apoya en un sistema de preinscripciones, en la que los particulares se apuntan para pedir el despliegue en su localidad. La empresa cántabra ha ocupado la mayor parte del tiempo que lleva funcionando en las tareas de puesta en marcha y búsqueda de apoyos, lo que le ha llevado a alcanzar un singular acuerdo con Viesgo para compartir infraestructura. La labor de poner en marcha el servicio es más reciente, apenas cuatro meses: “Nuestra fibra da servicio ya a 2.000 clientes, lo que teniendo en cuentan el poco tiempo que ha pasado es una cifra altísima”, afirma Luis Marina, consejero delegado de Ibiocom. Las cifras son mucho mayores si lo que se contabiliza son los hogares conectados: Ibiocom confiaba en acabar febrero habiendo llegado a 22.000 hogares con su fibra óptica, y llegar a fin de año con 70.000. “Eso cuanto menos, porque aunque prioricemos ahora las zonas en las que hemos identificado la demanda, nuestro objetivo es cubrir la totalidad del territorio”.