Un siglo en el corazón de Cueto

La bolera, sala de fiestas, tienda de ultramarinos y bar que formaban parte de la oferta de La Nuncia hace 100 años, han dado paso a un restaurante con capacidad para 40 comensales. Lo que no ha variado ni un ápice en todo este tiempo es la apuesta por la comida tradicional y por la gestión familiar que ya en su día realizó su fundadora.

Publicado por Jesús García-Bermejo Hidalgo @chusgbh. Publicado en abril 2014

Un siglo da para mucho, y no es fácil llegar a semejante edad en un sector como el de la hostelería, tan cambiante, tan inestable. La Nuncia no solo lo ha logrado, sino que, además, durante todo este tiempo se ha convertido en parte fundamental de la historia y fisionomía del barrio de Cueto y de Santander.

Hoy, este negocio, ubicado exactamente en el mismo punto en el que fue fundado hace ahora 100 años por Anunciación Güemes Achurra, más conocida por sus vecinos como La Nuncia, continúa siendo gestionado por la familia que le dio vida, y, aunque ha cambiado mucho con respecto a lo que fue, cuenta aún con una buena nómina de habituales que se acercan hasta su barra para tomar un vino o que se sientan a la mesa para degustar esa cocina tradicional que le ha caracterizado desde sus inicios.

Los comienzos

En 1969 Anunciación Güemes Achurra recibió el Premio al Mérito Turístico.

Anunciación era una mujer fuerte, emprendedora y muy preocupada por su familia. De hecho, a pesar de que su marido, Fructuoso, se dedicaba al sector del corcho, fue ella la que adquirió el establecimiento y la que se encargó de toda su gestión, incluyendo la contabilidad y la negociación con los proveedores. Es más, según cuentan sus nietas, Carmen Güemes Ríos y Anunciación Güemes González –Nunciuca para los allegados–, fue decisión suya el ubicarlo en Cueto. “Cuando estaba mirando locales dio con uno en la calle de Enmedio, en pleno centro de Santander, cuyas dimensiones y posibilidades eran idénticas al de hoy y a un precio muy similar, pero ella había nacido y crecido en Cueto, y tenía claro que era allí donde quería instalarse”, recuerdan.

Hastiada de vender en el Mercado del Este los productos que sus padres, labradores, cultivaban en su tierra, Anunciación, ya casada, dio el paso y abrió su propio negocio. Era una época en la que una mujer dirigiendo una empresa resultaba, cuanto menos, llamativo, pero Anunciación no era una mujer cualquiera. Los que la conocieron aseguran que en su personalidad aunaba mano dura, sentido del humor y un corazón de oro, unas señas de identidad que le sirvieron para convertir el establecimiento que regentaba en toda una referencia, primero en el por entonces pueblo de Cueto y, más adelante, en todo Santander.

Así, La Nuncia fue creciendo como una taberna popular propia de la época, y sus enormes instalaciones incluían bar, amplios comedores, tienda de ultramarinos, sala de espectáculos y hasta bolera. Con semejante oferta, los resultados no tardaron en llegar, no en vano en La Nuncia se podía comer, beber, cantar, bailar, disfrutar de funciones de teatro, de recitales, jugar a los bolos, comprar zapatillas y alimentos, e incluso en la posguerra tuvieron cabida las famosas cartillas de racionamiento. “Fueron unos años preciosos, y cuesta hacerse una idea del movimiento que generaba el local –recuerda Carmen Güemes González, nieta de la fundadora–. Venían compañías de teatro de prestigio a nivel nacional, coros muy conocidos, artistas famosos… Raro era el día que no tenía lugar algún evento porque, cuando no había baile, se celebraban concursos de canto, bodas, comuniones, bautizos… Y eso por no hablar de las festividades populares. En San Pablo, por ejemplo, recibíamos la visita de las pescadoras y la fiesta que se montaba era impresionante. Además, todos los profesionales de la hostelería de la época venían a nuestro local una vez que habían cerrado sus negocios. Lo complicado era dormir, porque en el edificio vivíamos varios miembros de la familia. De hecho, algunos siguen residiendo en él a día de hoy”.

En un tiempo récord La Nuncia se había convertido en el centro de ocio de Cueto y la fama de sus celebraciones y su comida comenzaba a extenderse hasta Monte, Puertochico, Barrio Pesquero… Por sus instalaciones pasaron personajes como Camilo José Cela, quien se sentaba habitualmente a comer en sus mesas mientras realizaba parte del servicio militar en Santander a finales de los años 30. Incluso publicó un artículo dedicado a la propia fundadora. Y los hermanos Tonetti, que en sus comienzos actuaban en la sala de espectáculos con la que contaba el establecimiento, también se convirtieron en asiduos del lugar.

Una coral posando en la bolera con la que contaba La Nuncia a mediados del siglo pasado.

Semejante carga de trabajo era inasumible para una sola persona, y ya desde los comienzos Anunciación estuvo rodeada de su familia. Hijos y nueras cumplían puntualmente con su labor, y desde muy pequeñas sus nietas echaban una mano en la tienda, aunque el nombre de Inés González Toca destacaba por encima del resto. Casada con su hijo, Agustín Güemes Cuerno, siempre fue la mano derecha de Anunciación, y entre sus múltiples ocupaciones estaba la de la cocina, una de las piedras angulares de La Nuncia. “Mi abuela quería a mi madre como si fuese su propia hija, y, como tal, la exigía más que al resto. De hecho, al ponerse de parto cuando yo estaba en camino, se encontraba trabajando”, cuenta Anunciación Güemes González.

Los inevitables cambios

Poco a poco, la situación económica del país fue mejorando, y durante los años 50 el ocio en España pasó a ser un lucrativo negocio. En Santander eso se tradujo en la proliferación de clubes y salas de fiestas, y lugares como el Coliseum o el Casino de Monte, más basadas en el poder adquisitivo de su clientela, relegaron a las celebraciones de La Nuncia a un segundo plano. Así, en 1959 la sala de espectáculos del establecimiento cerró sus puertas.

En cuanto a la bolera, siguió siendo parte fundamental del negocio hasta 1979, cuando se eliminó. Justo ese año falleció, con 90 primaveras, Anunciación Güemes Achurra, la fundadora, quien hasta su último aliento continuó, no solo cumpliendo con su jornada laboral, sino llevando la contabilidad y la gestión de la empresa familiar. Antes, en 1969, su labor había sido reconocida con el Premio al Mérito Turístico, y una calle cercana al negocio sería bautizada años más tarde con el nombre por el que sus vecinos la conocieron, La Nuncia.

La longevidad de esta emprendedora superó con creces la de sus tres hijos, que fallecieron antes que ella, por lo que fueron sus seis nietos los que heredaron todas las posesiones, siendo Carmen Güemes Ríos la elegida para proseguir con el negocio. Tras cinco años como el típico bar tienda de la época, el local se hizo con un importante volumen de clientes procedentes del mundo universitario, y con las raciones de chorizo y morcilla, acompañadas por sangría como estandarte, la firma vivió momentos muy positivos. Sin embargo, la situación familiar y personal de la entonces propietaria del establecimiento provocó que tuviese que alquilarlo a distintos empresarios, quienes en un periodo de unos 15 años, entre 1985 y el 2000 gestionaron el local sin excesivo éxito. “En el mundo de la hostelería no se puede pretender vivir del nombre o de la trayectoria. Este sector exige dedicación y trabajo diarios, y cuesta mucho que los resultados lleguen”, considera Carmen Güemes Ríos. De hecho, fue en esa época cuando su actividad quedó reducida a la de un simple bar, eliminándose la tienda de ultramarinos que tan buen resultado había dado a la familia propietaria hasta entonces.

Dado que sus hijas habían optado por caminos profesionales que nada tenían que ver con el sector de la restauración, a finales del 2000 la nieta de la fundadora decide dejarle el negocio a su sobrina, Ángeles Güemes Otero, quien tomó la decisión de combinar el bar con un área de restaurante. Poco a poco, y de la mano de promociones a través de Internet, como Oferplan, la biznieta de Anunciación va logrando resultados. De hecho, reconoce estar viviendo un buen momento. “La crisis ha sido dura, pero la verdad es que desde hace algún tiempo vengo notando que la cosa se va reactivando. Soy consciente de el propio centenario tiene mucho que ver, y no solo por el menú especial que hemos sacado con motivo del aniversario o por el viaje que vamos a regalar entre nuestros clientes, sino por la presencia que estamos teniendo en numerosos medios”.

Con un pequeño local que apenas guarda similitud con el de mediados del siglo XX, una barra poblada de vecinos de la zona, una modesta terraza y un comedor con capacidad para 40 comensales, La Nuncia encara el futuro con una oferta que, al menos en lo gastronómico, no ha cambiado tanto: comida casera y tradicional. Lo más positivo es que la hija de la actual propietaria, Denís Balbás Güemes, ya ayuda en el día a día en la que es la quinta generación que desempeña labores en el negocio familiar. No es de extrañar que su tatarabuela luzca semejante sonrisa en el cartel que cuelga junto a la entrada del centenario establecimiento.