Alternativas a la vaca para un mejor equilibrio rural
El sector primario cántabro sigue dominado por el ganado bovino, que supone el 98% de la renta agraria de la región, pero iniciativas de cría de razas autóctonas, ganadería extensiva y producción alternativa, como la avicultura, demuestran que la diversificación es posible, aunque difícilmente rentable por sí sola.
Ana Bringas | Mayo 2025
Hubo un tiempo, muchos años atrás, en el que la ganadería en Cantabria se caracterizaba por la crianza en régimen extensivo, aprovechando los pastos naturales de los montes y prados. Ya entonces el vacuno predominaba frente a otros tipos de ganadería, pero también había presencia de ovejas, cabras, cerdos o caballos, estos últimos, sobre todo, eran utilizados en labores agrícolas y de transporte. Con el paso del tiempo, la modernización de infraestructuras, la mecanización del campo y la introducción de razas más productivas fueron transformando la ganadería.
Hoy, la región es un referente en la producción láctea y cárnica, con una actividad ganadera dominada casi en su totalidad por el vacuno. Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el 98% de la renta agraria animal procede del ganado bovino, con un 60% generado por la producción de leche y un 38% por la carne. El resto de especies apenas aportan un 2% del total. Así, la ganadería continúa siendo el motor económico del sector primario en Cantabria, representando más del 70% del valor de la producción agraria de la comunidad, un porcentaje que la sitúa entre las regiones con mayor peso ganadero de España. Además, en el ámbito de la producción vegetal, más del 85% del valor se destina a plantas forrajeras, fundamentales para la alimentación del ganado.
Esta clara prevalencia del vacuno se refleja también en la distribución de explotaciones ganaderas en la región. Los números que arrojan los últimos informes del Icane reflejan que Cantabria cuenta con 7.096 explotaciones de vacuno, que albergan un total de 254.605 reses, con una media de 35,88 reses por explotación. En comparación, la ganadería ovina y caprina presenta cifras mucho más modestas. En el caso del ovino, existen 5.769 explotaciones, con 65.109 reses y un promedio de 11,29 animales por explotación, mientras que el caprino registró 3.432 explotaciones, con un censo de 30.257 reses con una media de 8,82 por explotación. Estas cifras ponen de manifiesto la menor dimensión de la ganadería alternativa en Cantabria.
Con todo, y a pesar del dominio absoluto del ganado vacuno en la economía agraria cántabra, ese pequeño 2% restante de la ganadería juega un papel crucial en la sostenibilidad del medio rural y la conservación de algunas razas autóctonas. Estas explotaciones, en su mayoría extensivas, contribuyen a la limpieza y regeneración de los montes al aprovechar los pastos naturales y los recursos forestales sin necesidad de insumos externos intensivos. Además, la conservación de especies como el cerdo celta o la yegua monchina ayudan a evitar que se pierdan razas autóctonas bien adaptadas al ecosistema cántabro así como a reducir el riesgo de incendios al consumir el matorral y las llamadas árgumas. Aunque su peso económico es reducido en comparación con el vacuno y, en algunos casos, se crían por entretenimiento o como complemento a otras actividades, su impacto ambiental positivo las convierten en una alternativa clave para un desarrollo agrario más sostenible a largo plazo.
La alternativa a la carne de la vaca
Consciente de esta cuestión, desde la quesería Quesoba, ubicada en el Valle de Soba, Álvaro Alonso decidió emprender un proyecto de recuperación del cerdo celta, combinando su conservación con una gestión sostenible del medio. Alonso vio en este animal una oportunidad para complementar su actividad, reutilizando el suero sobrante del queso como alimento para los cerdos y aprovechando los recursos naturales del monte que, dice, “es una pena que se pierdan”.
Por ello, desde hace seis años, Quesoba cría cerdos celtas en semilibertad en una extensa parcela en Sangas de Soba, donde los animales se alimentan de bellotas de robles y encinas, hayucos y ortigas procedentes de la limpieza de otras fincas. Estas últimas, ricas en proteína y nitrógeno, representan un excelente complemento nutricional. En este punto, el propietario de la empresa indica que a diferencia de la ganadería intensiva, donde los cerdos alcanzan su peso de sacrificio en apenas cuatro meses, los cerdos celtas siguen un crecimiento “natural y lento”, tardando 14 meses en desarrollarse completamente, lo que repercute en una carne de mayor calidad y sabor.
La empresa cuenta actualmente con 40 cerdos, cuya carne es procesada en el matadero de Barreda y transformada en embutidos y otros productos en Villaescusa, para después distribuirse en tiendas y restaurantes. Esta actividad, admite Álvaro Alonso, no supone una gran fuente de ingresos, pero sí aporta valor añadido a la marca, diferenciándola en el mercado con una propuesta exclusiva basada en la recuperación de una raza casi desaparecida.

Álvaro y José María Alonso, propietarios de la Quesería Quesoba. La cría de cerdos se plantea como una actividad complementaria, que permite una producción alternativa y aprovechar el suelo sobrante de la fabricación. Foto: Nacho Cubero.
El responsable de Quesería Quesoba destaca la importancia de diversificar dentro del sector ganadero y no depender únicamente de una sola producción. “Los ganaderos tienen que darse cuenta de la importancia de diversificar. El ganadero es muy rígido en ese sentido”, afirma. “Antes de la expansión de la industria láctea, en Cantabria era común encontrar piaras de cerdos y ganado menor, pero con el tiempo esta tradición se ha ido perdiendo”. Sin embargo, iniciativas como la de Quesoba demuestran que recuperar estos modelos no solo es posible, sino que además contribuye al aprovechamiento de los recursos naturales.
Si las amenazas a las que se enfrentan las explotaciones bovinas son, en líneas generales, las trabas burocráticas, la amenaza del lobo o el relevo generacional, la ganadería alternativa tampoco está exenta de dificultades. A pesar de su menor presencia en el sector, estas explotaciones también deben lidiar con normativas exigentes que a menudo no se adaptan a su escala productiva, lo que dificulta su viabilidad económica. Además, la presión de la fauna salvaje, especialmente en sistemas extensivos, supone un riesgo constante para el ganado menor, como ovejas y cabras.
Carlos Elizondo, representante de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja), advierte de que la falta de protección frente a los ataques del lobo está llevando a la desaparición del ganado caprino y ovino en Cantabria. Además de esta amenaza natural, los ganaderos enfrentan problemas burocráticos que dificultan la rentabilidad de su actividad.
El coste del sacrificio
Uno de los principales obstáculos es la normativa sobre sacrificio. Actualmente, los ganaderos están obligados a llevar su ganado al matadero de Barreda, donde el coste de sacrificio de un cordero oscila entre 20 y 30 euros, mientras que su precio de venta ronda los 90 euros. A esto hay que sumarle los gastos de transporte, lo que reduce considerablemente el margen de beneficio. Elizondo rememora que, en el pasado, los corderos podían venderse directamente a restaurantes o particulares, lo que permitía ahorrar costes y mejorar la rentabilidad. El representante de Asaja propone que se facilite el sacrificio en las propias explotaciones bajo unas condiciones sanitarias mínimas, para evitar que gran parte del dinero se pierda en el proceso.
Además del ovino y caprino, Elizondo cría yeguas monchinas en el Valle de Soba, una raza autóctona de Cantabria que, aunque menos productiva que la hispano-bretona, desempeña un papel crucial en la conservación del paisaje. Sin embargo, su comercialización es limitada, ya que en España no existe una gran tradición de consumo de carne de potro, a diferencia de países como Italia o Francia. Aunque algunos ejemplares se venden en Pamplona, los precios son bajos, lo que dificulta su rentabilidad.

Carlos Elizondo, representante de la Asociación de Jóvenes Agricultores de Cantabria y criador de yeguas monchinas, además de ganadero de cabras y ovejas. Foto: Nacho Cubero.
Otro gran problema es el lobo, cuya presencia ha afectado gravemente la cría de potros. “Llevo años sin vender potros porque son presas fáciles. Además, tienen una carne dulce y tierna, y eso les gusta”, lamenta Elizondo. A pesar de las dificultades, sigue conservando la raza por su valor ecológico y su aprecio personal. “Me gustan mucho”, reconoce.
Desde el punto de vista medioambiental, las yeguas monchinas cumplen una función clave en la prevención de incendios forestales, dado que se alimentan de maleza como las árgumas, uno de los combustibles más comunes en los incendios. “Son desbrozadoras naturales, eso no lo hacen las vacas, que son más delicadas”, explica.
Para fomentar la conservación de estas razas autóctonas, la Dirección General de Ganadería ofrece incentivos económicos anuales a los ganaderos que las crían, calculados en función de la Unidad de Ganado Mayor (UGM), una medida que varía según el tipo de ganado. El importe máximo por explotación es de 5.000 euros, según lo establecido en el Boletín Oficial de Cantabria de 2025.
Más allá de ganado ovino, caprino o equino, existen también otras opciones como la cría de gallinas. Supone otra alternativa viable, aunque el contexto actual presenta algunas dificultades. Como en la Holanda del siglo XVII, –cuando una acuciante fiebre especulativa catapultó el precio de los bulbos de tulipán hasta situarlo 40 veces por encima del ingreso medio anual de una persona de la época– España atraviesa lo que ya se ha popularizado como la fiebre del huevo.

Pilar Ortiz, en las instalaciones de la granja familiar donde producen bajo la denominación Huevos Camperos del Asón. Foto: Nacho Cubero.
Este fenómeno golpea de hecho el mercado global, afectando, claro, a negocios locales como el del matrimonio conformado por Pilar Ortiz y Pablo Fox. Su granja de gallinas Huevos Camperos del Asón, situada en el término municipal de Arredondo, se ha visto obligada a subir el precio de la docena hasta los 5,50 euros. Son 30 céntimos más que hasta hace unas semanas. A esta cuestión, que se ve incrementada igualmente por la subida en el precio del pienso de los animales, se suma la gripe aviar. “Todos los años hay casos de la enfermedad, pero este hay mucho más”, lamenta Pilar, quien destaca también entre las amenazas a su negocio los ataques de aves rapaces, que admite que tienen “difícil solución”. Por otra parte, lo que sí tienen controlado son las incursiones de zorros o jinetas, grandes depredadores terrestres de gallinas, gracias a un cierre perimetral que rodea la hectárea de terreno donde pastan sus 1.800 gallinas.
En junio de este 2025, su negocio familiar cumplirá 11 años. En origen Pilar comenzó con el negocio sola. Después, dado el volumen de trabajo, su marido Pablo dejó su trabajo para dedicarse a la granja. “Ahora, no es la pera pero vivimos de esto toda la familia [ellos y sus hijos]”, indica.
Además de producir, hacen venta directa a hostelería y tiendas locales. Parte de la producción se va a Vizcaya. Pilar dice que en los momentos más productivos del año, obtienen una centena de docenas diarias y que cuando la producción disminuye, generalmente en invierno, se aprovecha para hacer el “cambio de lote”, es decir, renovar las gallinas y hacer una limpieza y desinfección de las instalaciones. Son los dos meses de menor producción.
Entre los planes de la empresa, no se plantean aumentar la producción. Apuestan, “por el momento”, por una producción “pequeña y de calidad”. Para Pilar, su negocio es una prueba de que en Cantabria aún queda mucho por explorar fuera del vacuno, aunque reconoce que las opciones siguen siendo limitadas. La historia de su granja demuestra que la diversificación puede ser una alternativa viable, pero también que requiere de una gran capacidad de adaptación a las fluctuaciones del mercado y a las dificultades propias de la ganadería en extensivo.
A pesar de los múltiples desafíos que enfrentan los ganaderos cántabros, tanto aquellos dedicados al vacuno como quienes apuestan por alternativas extensivas, una reciente medida del Gobierno de Cantabria abre una vía para aliviar una de sus principales preocupaciones: los ataques del lobo. La Consejería de Desarrollo Rural, encabezada por María Jesús Susinos, ha propuesto a la Mesa del Lobo la extracción de hasta 41 ejemplares con el objetivo de reducir el impacto de esta especie sobre la cabaña ganadera cántabra.