El buque-hospital ‘Juan de la Cosa’ acompaña a los pescadores durante las temporadas del bonito, la anchoa y el pez espada, surcando las aguas del Gran Sol (al oeste de las islas británicas), el Golfo de Vizcaya y las Azores. Desde su botadura en 2006 ha atendido 5.553 consultas, la mayoría por contusiones y accidentes relacionados con anzuelos. Este buque, que forma dupla con el ‘Esperanza del Mar’, convierte a España en el único país europeo con dos hospitales públicos en alta mar.
Francisco Rouco | Septiembre 2024
Para el buque-hospital ‘Juan de la Cosa’, el año se divide en tres estaciones: la del bocarte (abril y mayo), la del bonito (entre junio y septiembre) y la del pez espada (entre octubre y marzo). Un periplo que le lleva a recorrer las aguas del Gran Sol, el Golfo de Vizcaya y las Azores siguiendo a la flota pesquera en turnos de 28 días de navegación. Cumplido ese plazo, regresa al puerto base, Santander, para las reparaciones, el aprovisionamiento y el cambio de turno de la tripulación. “Es un hospital en medio del mar, con quirófano y UCI”, explica Elena Martínez, directora del Instituto Social de la Marina (ISM), el organismo público al que pertenecen el ‘Juan de la Cosa’ y su hermano mayor, el ‘Esperanza del Mar’, el buque-hospital más grande del mundo, que apoya al ‘Juan de la Cosa’ en el Gran Sol. Ambos barcos forman un modelo de asistencia sanitaria público que es único en Europa y que también ayuda a barcos de otros países cuando es necesario (el 30 % de las asistencias se realizan a barcos no españoles). “Para la gente del mar es fundamental tener la seguridad de que hay un barco cerca si hay cualquier accidente, enfermedad o les hace falta algún suministro como agua o combustible”, subraya la directora del ISM.
El ‘Juan de la Cosa’ se botó en los astilleros de Gijón en 2006, tras dos años de construcción y un presupuesto de 17.008.426 euros. Mide 75,4 metros de eslora y 14 de manga, dimensiones que le permiten ser maniobrable sin que peligre su flotabilidad cuando se enfrenta a las olas de más de cinco metros del Gran Sol. Aunque tiene varias bandas rojas en los costados y un círculo con la bandera de la Unión Europea en la popa, es prácticamente blanco, con el piso de la cubierta verde esmeralda. Cuenta con ganchos de remolque, grúas, balsas salvavidas con capacidad para 16 personas y lanchas de rescate, además de un helipuerto para aparatos pequeños.
Por dentro tiene suficientes camarotes como para albergar a 48 personas entre tripulación y pacientes, aunque su dotación habitual oscila entre las 28 y las 31. Forman parte de la tripulación los oficiales, los marineros, los buzos y los marmitones o cocineros. El personal sanitario incluye dos médicos, una enfermera y un marinero sanitario que atienden un quirófano, un laboratorio, una sala de curas, una de cuidados intensivos, una de radiografía y una de aislamiento para tratamientos de quemados, infecciones y problemas psiquiátricos. Además, el buque puede contactar con el Hospital Central de La Defensa Gómez Ulla, de Madrid, y el Centro Radio Médico Español, del ISM.
Las asistencias más habituales
Desde 2006, el buque-hospital ha atendido 5.553 consultas, de las cuales 4.194 fueron a través de la radio en comunicación con el barco afectado. De las presenciales, 770 se realizaron en el propio buque, tras trasladar allí a la persona herida, y 589 a bordo de los pesqueros socorridos. “Sobre todo tenemos consultas relacionadas con anzuelos, traumatismos e infecciones de las vías respiratorias”, afirma Ignacio Demis, segundo médico del ‘Juan de la Cosa’. “Y por celulitis”, subraya Ignacio antes de apostillar que esta dolencia va más allá de la parte estética: es la infección e inflamación de lesiones, traumatismos o heridas que, al trabajar los marineros con pescado, no terminan de curarse y se infectan.
El protocolo de atención del buque es inalterable. Todo comienza con una llamada por radio o por satélite que la tripulación transfiere al personal médico. En los camarotes con teléfono hay un póster con un cuestionario de 14 preguntas que sugiere cómo es ese interrogatorio entre el facultativo y la persona que precisa atención médica. Un recorrido que va desde las preguntas más contextuales (nombre, DNI, desde qué caladero se produce la llamada) hasta las más concisas (¿hay fiebre? ¿cuánta? ¿se mide el pulso? ¿cuál es?). El objetivo es que la conversación sea prolija, porque el diagnóstico médico empieza desde el momento en que se descuelga el aparato. “Estamos muy pendientes de los signos de alarma y del tono de voz de la persona que está llamando, porque tenemos que determinar el riesgo de gravedad para actuar cuanto antes”, explica Ignacio.
Si el diagnóstico telefónico apunta a una herida superficial o a un estado fácilmente remediable con un fármaco, el personal médico echa mano del llamado “tumbaburras”, una libreta que incluye todos los medicamentos que deben tener los botiquines de los pesqueros. Con esta guía indican al paciente lo que debe tomar. Cuando el diagnóstico apunta a una situación peor, hay que involucrar más efectivos: si la embarcación accidentada está fuera del alcance del ‘Juan de la Cosa’, se llama a Salvamento Marítimo para que envíen un helicóptero; si es posible aproximarse con el barco, se pone rumbo hacia allí para que los facultativos puedan abordar el pesquero con la lancha de rescate.
Una vez en la embarcación accidentada, el personal médico debe decidir si es suficiente con tratar al paciente allí y mantenerse al tanto de su evolución con un seguimiento telefónico, o si hay que trasladarlo al buque-hospital. Los traslados se reservan para los casos más aparatosos, cuando hay que utilizar alguna de las salas de tratamiento del buque, por ejemplo para una cirugía menor o una ecografía. También se traslada al paciente cuando el diagnóstico ‘in situ’ no despeja todas las incógnitas. Como cuando una médica diagnosticó un raro caso de filariasis linfática (también conocida como elefantiasis), una infección producida por un parásito. “En un edema de pierna como aquel –recuerda Ignacio– podías pensar en trombosis venosa profunda, en celulitis o en insuficiencia cardiaca, que son las causas más comunes, pero a ella se le pasó por la cabeza la filariasis linfática; la estudió y la diagnosticó”.
Otro episodio con final inesperado sucedió cuando el propio Ignacio sospechó un caso de apendicitis en un joven aquejado de fiebre y ligero dolor abdominal. Lo atendió en su embarcación y lo mandó al ‘Juan de la Cosa’ para hacerle una ecografía que resultó casi concluyente, al menos lo suficiente como para sacarle del mar y dejarle en casa. Poco después, el joven tuvo un absceso y se fue directo al quirófano. “Quizá al chico le salvamos la vida”, dice el segundo médico.
Buena consideración entre la flota pesquera
Para César Nates, presidente de la Federación de Cofradías de Pescadores de Cantabria, tener un buque-hospital como el ‘Juan de la Cosa’ desplazado con el grueso de la flota pesquera es un “lujo”, especialmente durante la temporada del bonito, cuando las concentraciones de barcos provocan muchos accidentes relacionados con anzuelos. “Normalmente sabemos cómo quitarlos, pero a veces se complican y te viene muy bien tener un quirófano en el que te lo extraen. Luego te arrimas al barco y regresa el herido; y si está bien, puedes seguir faenando. Te da mucho juego”, explica Nates, quien en varias ocasiones ha utilizado los servicios del ‘Juan de la Cosa’ y del ‘Esperanza del Mar’. La última el año pasado, cuando uno de sus pescadores se fracturó dos costillas y fue evacuado por el buque para su ingreso en el hospital.
Además de la atención médica, el ‘Juan de la Cosa’ también atiende otras situaciones, como las peticiones de suministros (especialmente de combustible y agua potable) o los muy habituales enganchones en las hélices de los pesqueros. “La mar está llena de basura, y no será porque la tiremos los de la flota de bajura –subraya Nates–. Muchas veces te enganchas a un cabo o a un trozo de red de arrastrero, y si te tienen que remolcar a puerto, nuestro seguro lo cubre, pero es una faena porque pierdes un día de pesca. Con el ‘Juan de la Cosa’ cuentas con sus buzos profesionales, que se tiran y te lo solucionan. Es una maravilla contar con su apoyo”.
“Este barco es muy apreciado, igual que el ‘Esperanza del Mar’», explica Jesús Manuel Alzola Medina, capitán del ‘Juan de la Cosa’, que llegó hace dos meses procedente del ‘Esperanza del Mar’, del que formaba parte desde 2017. “Es un orgullo profesional estar al mando de uno de estos barcos, por la labor que hace y la ayuda que prestamos a la flota pesquera en general y a todo el que nos necesite en la mar. Estos barcos salvan vidas”. Para el capitán, que reconoce estar orgulloso de su tripulación, este es un trabajo vocacional. “Como todos los marinos, tienes que ser de una manera especial para estar separado de la familia, estar aislado y trabajar en condiciones duras, aunque no son comparables a las de un pesquero, por supuesto, pero mentalmente tienes que estar preparado”.
Aintzane Eguiluz, segunda oficial de puente, lleva tres años y dos meses en el ‘Juan de la Cosa’. Hizo prácticas en el buque y, tras terminar sus estudios de Náutica en Bilbao, se presentó a las oposiciones. “En el futuro me veo aquí. Mientras las circunstancias no cambien y siga habiendo flota pesquera que nos necesite, este es el mejor sitio”.
Una mañana en el ‘Juan de la Cosa’
El buque-hospital partió hacia el abra del Sardinero –una zona cercana a la Isla de Mouro– en torno a las 11:00. Aunque el mar estaba aparentemente tranquilo, se recomendó a los periodistas y a las autoridades (entre quienes se encontraba la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz) que tomaran biodramina, un medicamento indicado para tratar el mareo. Dado que la sugerencia venía directamente del personal hospitalario, la mayoría accedió.
Tras abandonar el muelle de Raos, una maniobra que se pudo seguir desde el puente de mando, comenzó la visita guiada por las dependencias médicas del buque, a cargo de Ignacio Demis, segundo médico. Durante la explicación se hizo patente que el barco se movía: los pasamanos de los pasillos eran muy solicitados y ya había quien, por lo bajini, se lamentaba de no haber tomado la biodramina. Los comentarios no pasaron desapercibidos para Ignacio, que, cuando la mayoría de los visitantes había salido a cubierta para ver el simulacro, apostilló: “A ver si los canapés nos van a salir a devolver”.
Una vez fuera, era el momento del simulacro de rescate. No muy lejos del ‘Juan de la Cosa’ se encontraba una embarcación de Salvamento Marítimo que aparentaba tener un herido a bordo. Desde el buque-hospital se envió una lancha de rescate con personal médico y buzos (por si hubiera un volcado). Allí, el facultativo diagnosticó rotura de tobillo y mandó evacuar al herido en dos fases: primero al ‘Juan de la Cosa’ en lancha, y después a Valdecilla en helicóptero. Llegados a este punto es importante señalar que, si bien se trataba de un simulacro, quien representaba el papel de la víctima era una persona real, un estudiante que accedió a ser inmovilizado en camilla, trasladado de la barca de Salvamento Marítimo a la lancha de rescate del ‘Juan de la Cosa’ y de ahí izado, junto con la lancha, a la cubierta del buque-hospital (para su capitán, la maniobra más peligrosa de todas, porque se puede romper el cable y provocar un accidente: “Hay que mantener cautela y coordinación entre el patrón de la lancha, el operador del pescante y el capitán del barco”, explicó Jesús Manuel Alzola Medina).
Con el equipo desplazado y el herido en cubierta, el estudiante fue sustituido por un muñeco de prácticas para la siguiente fase del simulacro: su izado por cable al helicóptero de Salvamento Marítimo para su traslado a Valdecilla. En la operación intervino también un miembro de la tripulación del helicóptero, que se descolgó del aparato para asegurar la camilla y luego volver a él. En ese punto de la maniobra, con el helicóptero fijo en el aire, se hacían muy evidentes los vaivenes del barco. Entonces las olas apenas eran de dos metros, lo que provocaba que, de vez en cuando, hubiera que balancear el peso entre los pies para garantizar el equilibrio. Nada grave, pero sí resultaba interesante recordar que las olas durante el invierno en el Gran Sol superan los cinco metros.
Izado el muñeco al helicóptero, el aparato partió hacia Valdecilla y terminó el simulacro. Entonces llegó el turno del tentempié, que se ofreció en el comedor de la tripulación: quesos cántabros, embutidos, tortilla y canapés. Los bancos corridos se ocuparon enseguida y había algunas caras con colores no del todo naturales. A unos metros del comedor, que aglutinaba al 100% de las autoridades y a alrededor del 60% de los periodistas, estaba la sala de estar de la tripulación, tomada en ese momento por varias periodistas que estaban redactando sus crónicas.
Tras un rato, el barco inició su regreso al puerto con la sensación de haber hecho un buen trabajo. “Hacemos este tipo de simulacros a menudo, con Salvamento de Gijón, A Coruña o Santander, también con la Policía Nacional, la Guardia Civil y hasta los GEO”, explicó Haydée Fernández, primera oficial de puente, que lleva en el ‘Juan de la Cosa’ desde hace más de una década. “Para estar preparada, la gente tiene que practicar. Hoy había cinco almas ahí en el agua, y son responsabilidad de quien maneja, así que debes entrenar mucho para asegurarte de que todo el mundo está fino”.