Con el fin de que las personas con discapacidad intelectual puedan acceder a un empleo estable, la asociación ha optado en los últimos años por la diversificación y el desarrollo de numerosas líneas de negocio, una apuesta que supone una aportación fundamental para la facturación de la entidad y que ha culminado con la creación de una marca comercial propia. De hecho, a corto plazo tiene previsto incrementar su oferta con servicios de destrucción documental y el cultivo ecológico.

Texto de Jesús García-Bermejo Hidalgo @chusgbh Fotos de Nacho Cubero
Publicado en mayo de 2013

En los periodos de crisis es cuando la labor de entidades pertenecientes al sector de la denominada economía social se hace más importante, aunque no por ello menos compleja. Y es que, en un contexto en el que los recortes y el desempleo se han extendido a prácticamente todos los ámbitos, las organizaciones sin ánimo de lucro, muchas de las cuales dependen directamente de las aportaciones de la Administración, sufren tanto o más que las empresas para poder continuar en funcionamiento, y no son pocas las que se ven obligadas a renunciar a ello.

Este podría haber sido el caso de Ampros, asociación cántabra que lleva cerca de medio siglo contribuyendo a mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual y sus familias, no en vano, según afirman sus responsables, el 50% de su presupuesto procede de fondos públicos. Sin embargo, la decidida apuesta realizada por parte de la entidad para la integración de este colectivo en el mercado laboral, iniciada en 1974 con la inauguración en Santander de un centro de formación y ocupación, ha culminado con la creación de una marca comercial propia, Depersonas, la cual, además de permitir el acceso a un puesto de trabajo a más de 200 personas con discapacidad intelectual, supone una importante contribución al volumen de negocio de la organización que, si bien no basta para compensar la caída sufrida en el área puramente social –centros de día, residencias y viviendas para personas con discapacidad, formación ocupacional, ocio y tiempo libre…–, ayuda a cuadrar las cuentas a cierre de ejercicio.

Eficiencia y diversificación

Ampros se constituyó el 11 de noviembre de 1965, fruto de la iniciativa de un grupo de padres de personas con discapacidad intelectual que buscaban una adecuada escolarización para sus hijos, una necesidad a la que la Administración de aquel entonces no daba respuesta. Una vez concluido el periodo educativo, la entidad centró sus esfuerzos en lograr la inserción en el mundo laboral ordinario de este colectivo a través de un centro de formación y ocupación ubicado en Santander, Talleres Montañeses Ampros, que en 1981 adquiere la categoría de Centro de Empleo Protegido, con 26 trabajadores contratados, para dar paso, en 1985, al Centro Especial de Empleo de hoy día, el cual convive con otros dos situados en Guarnizo y Laredo.

En todo este tiempo la organización ha sabido adaptarse al competitivo mercado actual y, gracias a una estrategia de crecimiento basada en la diversificación de productos y servicios que ha permitido el surgimiento de numerosas líneas de negocio, ha evolucionado hasta la creación en 2010 de una marca propia, Depersonas. Hoy, las instalaciones de los centros especiales de empleo con los que cuenta Ampros ocupan ya 25.000 metros cuadrados, están dotadas con lo más modernos medios técnicos y suman una plantilla conjunta que fluctúa entre 240 y 260 trabajadores con discapacidad intelectual y 15 técnicos sin discapacidad. “Nuestra labor demuestra que un discapacitado puede rendir en determinados empleos exactamente igual que cualquier otra persona, y basta con echar un vistazo a nuestros ratios de eficiencia o a la calidad del trabajo que realizamos para comprobarlo. De hecho, desde 1998 contamos con la certificación ISO 9001/2000 para todos nuestros procesos productivos, y ahora estamos realizando un importante esfuerzo para la obtención del modelo de excelencia EFQM”, afirma Roberto Álvarez, director gerente de Ampros.

De esta forma, la totalidad de la oferta que la entidad ponía a disposición de empresas y administraciones pasaba a integrarse en la nueva enseña, así como todas aquellas áreas que se iniciasen a partir de ese momento. Y para identificar el sector comercial en el que encajaba cada línea de negocio se optó por acompañar a la marca de una expresión que lo aclarase. Así, Depersonas ‘Participando en tus procesos industriales’ abarca todas las labores de Ampros que tienen que ver con manipulados, ya sea de productos alimenticios, mecánicos, –formación de conjuntos, embolsados, selecciones de producto, etiquetados, empaquetados, retractilados, enfajados…–, cableados –cortes, engastados…– o procesos de reciclaje, aunque también existe la posibilidad de externalizar procesos concretos para empresas que así lo demanden. Y es en este ámbito en el que encajan actividades que ya desde hace años se realizan en los centros con los que cuenta Ampros en Guarnizo y Laredo, como la recuperación de bobinas de fibra óptica para su posterior reutilización o el manipulado de galletas para la confección de surtidos y empaquetados de alguna de las primeras marcas del sector.

Del mismo modo, Depersonas ‘Trabajando la madera’ fue la denominación elegida para aquellas líneas de negocio relacionadas con la carpintería, las cuales se llevan a cabo en las instalaciones de la entidad en Santander, e incluyen desde el corte y tratamiento a medida de madera, hasta el diseño y producción de embalajes en el mismo material, todo sin dejar de lado la fabricación de palets, una de las primeras actividades emprendidas por la asociación, en la que hoy es referencia en el norte de España.

En lo que se refiere a los servicios, Ampros oferta una gran variedad de ellos, como diseño y mantenimiento de jardines; venta de flor y planta de jardín; limpieza de oficinas, grandes superficies, comunidades de propietarios, etc; recuperación ambiental; y catering para colectividades, todos ellos agrupados bajo distintas enseñas: Depersonas ‘Cuidando tus jardines’, Depersonas ‘Manteniendo tu limpieza’ y Depersonas ‘Cocinando con sentido’. De hecho, fue con esta última con la que comenzó el recorrido de la nueva marca, hace ya tres años, con la puesta en marcha de un proyecto conjunto de Ampros y el restaurante Deluz, de Santander, iniciativa que fue reconocida con el Premio de Excelencia Empresarial del Ayuntamiento de la capital cántabra, así como con el Premio Pyme, en la categoría de Responsabilidad Social Corporativa, otorgado por la publicación económica Expansión. “Actualmente estamos llevando a cabo entre 600 y 700 menús diarios que se destinan a nuestras propias instalaciones y a residencias de mayores, otros centros de carácter social, guarderías, colegios, etc –asegura el director gerente de Ampros–. Todos ellos son elaborados por personas con discapacidad y con materias primas de primera calidad, preferiblemente ecológicas, de Cantabria y adquiridas directamente a los productores, por lo que también contribuimos al comercio sostenible de la región.

Es un proyecto innovador y pionero, que apuesta por la responsabilidad social y que está funcionando de maravilla, aunque aún posee gran margen de crecimiento, dado que solo en la comunidad autónoma se sirven unas 20.000 comidas de este tipo al día”. Según cuenta el propio Álvarez, de no ser por la colaboración de Deluz la iniciativa no hubiese fructificado, ya que la firma aporta su red de contactos y proveedores, su experiencia en la elaboración de los menús, así como perfiles de trabajador concretos, y todo ello sin percibir un solo euro a cambio. Y en la misma dirección se encaminan las palabras de agradecimiento del gerente hacia el Ayuntamiento de Santander, que cedió las cocinas del Centro de Acogida Princesa Letizia, a las que no se daba ningún uso, a cambio de que Ampros facilitase a la propia entidad menús a un precio muy competitivo: solo 1,5 euros.

Movimiento constante

Pero lejos de conformarse, y de acuerdo con esa continua apuesta por la diversificación, la asociación se encuentra actualmente trabajando para incrementar su oferta. Así, tiene previsto incorporar a su abanico de servicios la destrucción documental, una línea de negocio que orientará hacia pymes y, sobre todo, administraciones, y a la que otorga un gran potencial de crecimiento, dadas las exigencias para el tratamiento y eliminación de determinada información contempladas en la Ley de Protección de Datos.

Del mismo modo, la organización lleva meses ultimando los detalles para lanzarse al cultivo ecológico, un proyecto empresarial pensado para proveer al servicio de catering inicialmente y para su posterior salida al mercado. De hecho, según aseguran los responsables de la entidad, actualmente se encuentran en plena fase de formación de los trabajadores con discapacidad que se convertirán en la plantilla de esta nueva línea de negocio, una labor que se combina con la búsqueda de unos terrenos que cumplan con las necesidades de espacio de la asociación, que rondan las dos hectáreas. Pero este solo sería un primer paso, dado que la intención de Ampros es trabajar con otras colectividades como la suya para poder desarrollar una red a nivel estatal que permita ofertar productos ecológicos todo el año y por todo el país. Incluso existe la posibilidad de que esto pueda dar lugar a la creación de una certificación específica de cultivo ecológico llevado a cabo por personas con discapacidad, para lo que, según asegura Álvarez, ya se están manteniendo contactos con la Fundación Biodiversidad. “Tras el verano deberíamos estar iniciando la fase productiva para, más adelante, poder lanzarnos a lo que se denominan empaquetados en cuarta gama, es decir, producto fresco, ecológico, envasado, ya manipulado y listo para su uso, como patatas peladas o lechuga troceada –cuenta el director gerente de la entidad–. Son muchos objetivos para un periodo de tiempo tan corto, pero en Ampros siempre hemos sido muy inquietos. Debemos estar atentos a nuevas oportunidades y mercados, acudiendo a ferias, foros y reuniones, porque, si queremos proporcionar empleos estables a personas con discapacidad intelectual, necesitamos diversificar continuamente. No tenemos metas más ambiciosas ni buscamos obtener una elevada rentabilidad económica, es más, la única condición que deben cumplir nuestros proyectos es que sean sostenibles por sí mismos”.

Al margen de su propia producción, Ampros también cuenta con herramientas para la integración de este colectivo en el mercado de trabajo, como su servicio de intermediación laboral, que proporciona soluciones a las empresas de cara a la contratación de personas con discapacidad, al tiempo que presta apoyo a estas últimas en todo el recorrido, ya sea a través de un empleo protegido, un trabajo con apoyo o uno ordinario. Y es que, según afirma Álvarez, muchas grandes firmas se ponen en contacto con Ampros para que sea la propia organización la que gestione y seleccione al personal más adecuado para cada puesto, no en vano es la propia entidad la que mejor conoce sus habilidades y competencias fruto de la labor formativa que realiza en sus centros ocupacionales. Esto ha hecho posible que compañías de la talla de Nestlé, Nissan, Robert Bosch, Teka o Vitrinor, por citar algunas, hayan mantenido y mantengan un canal de comunicación constante con la asociación. “Hace años era habitual que asumiésemos subprocesos productivos en firmas de grandes dimensiones, cosa que seguimos haciendo, aunque en menor medida. El problema era que, cuando se finalizaba el trabajo, todos esas personas con discapacidad intelectual se quedaban de nuevo sin empleo, motivo por el que comenzamos a centrarnos en proyectos propios. No solo buscamos que este colectivo acceda al mercado de trabajo, también perseguimos que todos sus miembros logren alcanzar la misma calidad de vida que cualquier ciudadano, y eso sin cierta estabilidad laboral es complicado”, considera Álvarez.

Y es que, en un contexto en el que el desempleo entre las personas con discapacidad intelectual supera el 75%, y en el que muy pocas compañías cumplen con la reserva del 2% para personal de este tipo que establece la ley –a pesar de que su contratación contempla bonificaciones de hasta un 70% en las cuotas a la Seguridad Social–, aportaciones como las de Ampros se antojan fundamentales.
Y no solo el ámbito laboral resulta clave. La formación, la educación, los centros de día, las residencias y pisos que Ampros pone a disposición de los usuarios o el espacio destinado al ocio con el que cuenta en Santander son tanto o más importantes para la consecución de los objetivos de la organización. Para ello, la entidad dispone de un conjunto de 22 centros de actividad distribuidos por toda la región, en los que suma una capacidad superior a las 1.400 plazas de atención directa y en donde desarrolla diversos programas y servicios de apoyo destinados a mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual y sus familias, gracias a la labor de un equipo humano compuesto por parientes, tutores, voluntarios y 373 técnicos y profesionales, 152 de los cuales son discapacitados. Son todas estas herramientas las que han permitido a la asociación incrementar su cifra de negocio desde los 7.682.000 euros con los que cerró 2009 hasta los 8.260.000 del pasado ejercicio.

La planta cántabra del grupo Boryszew comienza a distribuir los líquidos de frenos, limpiaparabrisas y anticongelantes que fabrica su matriz en Polonia, con idea de llegar a asumir parte de la producción antes de que acabe el año. En total, invertirá cerca de dos millones de euros en la planta de embotellado y en la automatización de las líneas de fabricación de su producto tradicional: los conductos de climatización para automoción.

Texto de José R. Esquiaga @josesquiaga. Fotos de Nacho Cubero.
Publicado en mayo de 2013

En materia de multinacionales automovilísticas, ni todos los caminos conducen a Alemania, ni todos los competidores están en orientes más o menos lejanos, aunque ambas afirmaciones encierren gran parte de verdad. La planta cántabra de Maflow, dedicada a la fabricación de conductos para sistemas de climatización de automóviles, opera en efecto con un ojo puesto en Alemania, país que concentra buena parte de la toma de decisiones en materia de fabricación automovilística, y compitiendo con las ofertas de los países del este de Europa. Pero lo hace, y ahí estaría lo novedoso, formando parte de un grupo industrial con sede en Polonia y explorando todas las opciones del mercado global, lo que incluye la posibilidad de fabricar en España parte de lo que su matriz produce en el país donde tiene sus oficinas centrales.

El primer paso ya está dado: desde la planta cántabra de Maflow, en el polígono de Guarnizo, se distribuyen ya los líquidos de frenos, anticongelantes y limpiaparabrisas de la marca Borigo, con mucho la de mayor venta y más conocida en Polonia. El siguiente está también esbozado, con la puesta en marcha de una planta de embotellado que, a partir del último trimestre de este mismo año, permitirá asumir una parte de la producción y acercarse al siguiente objetivo, que sería la fabricación completa de estos productos. En último término, todo lo anterior sería sólo el comienzo de un proceso de más largo recorrido, y que pasaría por traer a Cantabria el máximo de productos del catálogo de Boryszew, un grupo con áreas de negocio en aluminio, productos metálicos no ferrosos y productos químicos, además del área de automoción.

Entre el pasado ejercicio y el presente, Maflow invertirá en torno a dos millones de euros en su planta cántabra, parte para la línea de envasado de los productos Borygo y otra parte para la automatización de las líneas de producción de su producto tradicional, los conductos para los equipos de automatización de automóviles en los que es proveedor de referencia para las principales marcas de automóviles. Ese área seguirá aportando el grueso de la facturación de la planta, que continuará asentando su competitividad en ese producto, aunque sin perder de vista las oportunidades que puedan derivarse de su pertenencia a un grupo multinacional.

Maflow Spain Automotive –esto es, la planta cántabra del grupo– facturó el pasado año 17 millones de euros, una cifra que el plan estratégico de la compañía prevé incrementar en un 50% en los próximos cuatro años, de manera que la cifra de ventas se mueva en el entorno de los 25 millones de euros. Marcos Díaz, director gerente de la empresa, considera que se trata de una previsión realista que, teniendo en cuenta las características del mercado al que atiende la planta, pueden verse incluso superadas si se consiguen alguno de los proyectos por los que se ha pujado o, en la terminología del sector, por los que la empresa ha cotizado.


Marcos Díaz, director de la planta cántabra de Maflow, con uno de los conductos de climatización que fabrica la empresa.

La cadena de decisiones que termina en el encargo de la fabricación de los conductos de climatización –a vista del profano, una retorcida combinación de tubos de caucho y metal– arranca cuando el fabricante automovilístico plantea la construcción de una nueva plataforma, la base sobre la que se construirán varios modelos. A partir de las especificaciones del cliente, los proveedores plantean sus soluciones y cotizan para fabricar los equipos –todos o una parte– para uno o varios motores. “En nuestro producto básicamente hay cinco jugadores fuertes en el mercado, y nos encontramos con ellos casi en cada proyecto, cuando nos llaman a quienes estamos en el panel de proveedores homologados de cada fabricante. Este saca a cotización las tres familias de componentes del equipo, te dicen el número de vehículos que prevén fabricar y los años que van a estar en producción. Te piden precio y tú cotizas. A partir de ahí se van eliminando competidores y te lo dan, o no”, explica Marcos Díaz, que admite que no hay especial diferencia entre las ofertas de unos y otros y que la decisión final depende básicamente del precio, una variable que en el mundo de la automoción manifiesta una clara tendencia a la baja. El programa de inversiones para robotizar la planta se enmarca dentro de esa carrera por la productividad que es imprescindible para competir en el mercado automovilístico, y que se resume en un dato que menciona el gerente de la planta cántabra: lo que ahora fabrica Maflow por 9 euros, valía hace unos años no menos de 35.Maflow Spain Automotive –esto es, la planta cántabra del grupo– facturó el pasado año 17 millones de euros, una cifra que el plan estratégico de la compañía prevé incrementar en un 50% en los próximos cuatro años, de manera que la cifra de ventas se mueva en el entorno de los 25 millones de euros. Marcos Díaz, director gerente de la empresa, considera que se trata de una previsión realista que, teniendo en cuenta las características del mercado al que atiende la planta, pueden verse incluso superadas si se consiguen alguno de los proyectos por los que se ha pujado o, en la terminología del sector, por los que la empresa ha cotizado.

Con todo, el mercado automovilístico también presenta algunas ventajas para una planta que, como la cántabra, cuenta con una condición de proveedora que supone el principal activo para una empresa del sector: “Es una condición muy difícil de conseguir, y que por tanto supone una barrera importante para la entrada de nuevos competidores, y también es una condición difícil de perder, por lo que sabes que haciendo las cosas bien siempre vas a tener tus opciones”. Y cada contrato que sale al mercado supone niveles de facturación muy importantes. Entre los últimos en salir a cotización, Maflow ha presentado ofertas al proyecto de la plataforma del nuevo Renault Megane lo que, dependiendo de que le concedan uno o los dos motores a los que opta, puede suponer entre cuatro y ocho millones de facturación en diez años.

El caso de este proyecto ilustra perfectamente alguna de las claves del mercado. El nuevo modelo se fabricará en las plantas de Renault en España y Francia, lo que ya de entrada supone una ventaja para la planta española respecto a la competencia de fábricas del este de Europa, incluidas las de su propio grupo. Competir por plataformas que vayan a fabricarse en plantas ubicadas al este de Alemania es, según explica el gerente de Maflow España, virtualmente imposible por la repercusión del coste logístico en el precio. “En términos de productividad estamos en condiciones de competir con cualquiera, lo que hace que, pese a los menores costes laborales de los países del este de Europa, nuestros precios sean mejores, pero el transporte cambia esa relación de fuerzas”. Así las cosas, el anuncio de nuevas inversiones en las plantas automovilísticas españolas es una magnífica noticia para Maflow, como lo es también que estas fábricas españolas de los grandes grupos –Volkswagen-Seat, PSA, Renault, Ford– exporten la mayor parte de su producción, lo que hace que la demanda no dependa apenas del mercado español.

Las nuevas inversiones –que incluyen por ejemplo un sistema para doblar en planta las partes metálicas de los conductos, asumiendo un proceso que ahora se hace fuera de España– permitirán dar un paso más en términos de producción, en lo que corresponde a la parte de automatización, y diversificar en producto, en lo relativo a los líquidos de frenos y anticongelantes. La repercusión en términos de empleo es más difícil de cuantificar. La idea de los responsables de planta es que las nuevas líneas de envasado y producción de líquidos para automoción absorban los excedentes de mano de obra que puedan derivarse del proceso de automatización, de manera que el efecto sea neutro sobre los ochenta empleados que hoy componen la plantilla. A partir de ahí, apunta Marcos Díaz, el objetivo es crecer, lo que dependerá tanto de que sean capaces de replicar en España el éxito de la marca Borigo en Polonia, como de los productos del catálogo de Boryszew que puedan traer a Cantabria: “Nuestra idea es que sean los máximos posibles”, asegura el gerente de Maflow Spain Automotive.

La firma cántabra, especializada en mantelería desechable, inicia la comercialización de una funda de un solo uso para cubrir piezas de carne fresca, algo a lo que obliga la actual legislación, pero que muy pocos profesionales hacen.

Texto de Jesús García-Bermejo @chusgbh Fotos de Nacho Cubero
Publicado en abril de 2013

La higiene de los mataderos y carnicerías está completamente regulada por la ley, y basta con visitar alguna de estas instalaciones para comprobarlo. Sin embargo, la cadena lograda suele romperse en el transporte de la carne fresca desde el camión hasta el punto de venta, siendo habitual la imagen del operario llevando las distintas piezas al hombro sin ningún tipo de protección, lo que supone la exposición del producto a agentes contaminantes como lluvia, polvo, residuos urbanos o sustancias químicas, por citar algunos. Y todo a pesar de que esta práctica implica una total violación del Real Decreto 1.376/2003, por el que se establecen las condiciones sanitarias de producción, almacenamiento y comercialización de carnes frescas y sus derivados en los establecimientos de comercio al por menor.

Aprovechando el nicho de mercado existente, la firma cántabra G&A, a través de su marca comercial Condes, ha sacado a la venta una bolsa desechable pensada para la protección de este tipo de mercancía durante su transporte, la cual cumple escrupulosamente con la normativa actual.

Gran potencial

La funda de un solo uso de G&A es el resultado de un largo estudio con el objetivo de garantizar la protección y el respeto de todas las propiedades de la carne. Así, tras desarrollar varios prototipos, la compañía dirigida por Juan González y Francisco Aramburu optó por el polipropileno para la confección de las bolsas, no solo porque también sea el utilizado para la fabricación de sus manteles y servilletas desechables, sino por sus características de no adherencia y no absorbencia. De hecho, la gran mayoría de batas y mascarillas sanitarias están realizadas con este material. “Los pocos profesionales que en la actualidad cubren la carne fresca que transportan lo hacen con algodón reprocesado, que es un tejido que absorbe, por lo que, cuando hay restos de sangre y esta se seca, parte de la funda se puede quedar pegada a la pieza, lo que puede llegar incluso a generar bacterias –asegura Juan González, gerente y socio de G&A–. El prolipopileno es antibacteriano y lo conocemos a la perfección, ya que es exactamente el mismo que utilizamos para todos nuestros productos pero con distintos gramajes”.

Mataderos, despieces, carnicerías que atiendan a restaurantes… cualquier empresa que mueva carne fresca puede ser destinataria de la bolsa desarrollada por la firma cántabra. De hecho, según aseguran sus responsables, actualmente en España se sacrifican unos 13 millones de lechazos y más de 40 millones de cerdos al año, con especial protagonismo de Cataluña y Castilla y León, por lo que el potencial del nuevo producto es altísimo. Y eso solo en el mercado nacional, ya que, de acuerdo a los datos con los que cuenta G&A, la cantidad de animales que se consumen en la Unión Europea no supone siquiera el 1% de los demandados en nuestro
país.

En este sentido, una vez que ya ha sido concedida la patente de la nueva funda, y dado que el modelo de utilidad obtenido es internacional, la compañía de desechables cuenta con un año de plazo para decidir en qué países desea distribuir el producto. Más allá de esa fecha y de esos territorios, cualquiera podría copiar su sistema y comercializarlo para la protección de carne fresca. “Podríamos optar por vender en toda la Unión Europea o incluso en Latinoamérica, lo que ocurre es que la inversión que se pide para abarcar zonas tan amplias es altísima, por lo que es más prudente dirigirnos a puntos concretos. Por lo pronto, hemos cerrado ya las primeras ventas a nivel nacional con los lechazos de Castilla y León y los cochinillos catalanes, y, una vez nos posicionemos en España, daremos el salto a los mercados locales de Francia e Italia, en donde ya hemos establecido contactos comerciales, aunque el objetivo es estar también en Alemania, Suiza y Bélgica antes del cierre de ejercicio –afirma Francisco Aramburu–. Nuestra principal ventaja es que tenemos un producto que actualmente no existe, cuyo resultado está asegurado y que, además, es necesario para cumplir con la ley, por lo que esperamos que tenga una gran aceptación”.

Y es que, en palabras de González y Aramburu, el precio de las fundas ronda los 30 céntimos para piezas de 9 kilos –unos 3 céntimos el kilogramo–, por lo que, en su opinión, resulta perfectamente asumible para el profesional sin que implique un incremento en el precio de la carne. “Tiene un coste similar al de las otras alternativas existentes, con la diferencia de que sanitariamente nuestra bolsa cumple mejor con su objetivo. Realmente, solo si se ignora la actual normativa y se llevan las piezas sin cubrir se podrían reducir más los gastos”, expone
González.

Las bolsas desechables unicamente pueden ser utilizadas para transportes de como máximo dos horas o 200 kilómetros, ya que los trayectos superiores requieren que la carne vaya envasada al vacío o congelada. Estas, de tamaño personalizado, se confeccionarán desde Cantabria y con mano de obra de la región, para, posteriormente, hacerlas llegar a los distintos puntos de la Unión Europea y del país. En este sentido, tanto en territorio nacional como fuera de nuestras fronteras, la labor más compleja para la firma será la de difundir las bondades de un producto hasta ahora inexistente en el mercado, aunque la presentación continental de la nueva funda el próximo mes de mayo en la Feria IFFA de Frankfurt, una de las citas más importantes de la industria de la carne a nivel continental, puede suponer un importante primer paso.

Crecer y diversificar

Mucho ha llovido desde que se fundase G&A allá por 2003. Por aquel entonces la firma se preparaba para dar el salto al mercado de la mantelería desechable, un sector en el que hoy, 10 años después, es uno de los líderes a nivel nacional.

Actualmente, la compañía distribuye su oferta mediante tres marcas comerciales, todas ellas basadas en el mismo esquema: la importación de la materia prima –prolipopileno– de proveedores asiáticos, cuya relación calidad precio no tiene competencia. Así, Condes es la enseña a través de la que se comercializan aquellos desechables que han de ser confeccionados, labor que se realiza desde las instalaciones con las que cuenta la firma en el polígono industrial Nueva Europa –Peñacastillo–, como fundas para carne fresca, albornoces de varios usos dirigidos al sector hotelero y bolsas para transportar botellas de vino. Por otra parte, la mantelería y las servilletas con las que la firma inició su andadura en el sector se venden con la marca G&A, unos productos cuya calidad es superior a la mayoría de desechables del mercado, y que, una vez recibido el material, se transforman, se encajan en los distintos pedidos y se sirven al cliente. Finalmente, Diferentela es el nombre elegido para la comercialización de los manteles y servilletas de alta gama que desarrolla la compañía cántabra, los cuales se diferencian de los anteriores en dos aspectos: por un lado, en la composición de sus fibras de prolipopileno, que permiten que su aspecto y textura sea muy similar a la de la tela auténtica; por otro, en que se confeccionan en Italia y no en la región, desde donde se estampan, empaquetan y entregan. Incluso existe la posibilidad de que el cliente solicite la inserción de su logo en este tipo de producto sin que ello suponga desembolso adicional alguno.

Poco o nada tienen que ver los desechables tradicionales con los que oferta G&A, aunque no solo una calidad superior y la búsqueda de nichos de mercado aún por explotar explican la buena marcha seguida por la firma en todo este tiempo. “Vivimos en un momento en el que la clave para muchas empresas radica en economizar, y es precisamente por eso por lo que el desechable se va abriendo camino en sectores diversos. Las cuentas son sencillas: si una servilleta de un solo uso de la más alta calidad cuesta 14 céntimos, y el lavado de una de tela, 18, el ahorro es evidente. Y eso sin tener en cuenta el desembolso inicial que implica. Esta es una realidad de la que cada vez más empresarios son conscientes, y la mayor dificultad a la que debemos hacer frente es el cierre de un buen número de clientes de hostelería, algo que estamos logrando superar gracias a la diversificación de nuestra oferta, que nos permite llegar a mercados anteriormente inaccesibles, como podrían ser las cadenas de hoteles”, cuenta Aramburu.

Todos estos factores han permitido a G&A lograr un crecimiento continuo en su cifra de negocio a pesar de la crisis. Así, con una plantilla de diez trabajadores, la firma logró incrementar su facturación en un 15% en 2012, tras un 2011 en el que la mejoría fue de casi un 20,%, y las expectativas de cara al futuro, especialmente con el nuevo proyecto de las fundas para carne fresca, son muy positivas.

Pero, de no ser por la agilidad a la hora de servir al cliente y la flexibilidad para ajustarse a sus necesidades, aspectos que han caracterizado a la compañía cántabra desde sus comienzos, alcanzar estos resultados hubiese sido impensable, sobre todo por la elevada atomización que caracteriza a este sector. “Como es lógico, cuando vieron como perdían cuota de mercado, muchas empresas optaron también por importar materias primas de Asia, pero no funcionan con nuestros plazos ni disponen de una oferta tan variada –considera González–. Tenemos hasta 14 colores distintos en mantelería y nos adaptamos a cualquier medida que demande el cliente, a quien podemos entregar el producto solicitado en 24 ó 48 horas, cuando la mayoría de nuestros competidores tardan entre 10 y 15 días en hacerlo”.

La clave para ofrecer periodos de respuesta tan ágiles radica en el elevado estocaje del que dispone la firma en sus instalaciones, en donde almacena la suficiente variedad de productos, colores y tamaños como para responder inmediatamente a cualquier encargo. Sin embargo, el pero radica en que, poco a poco, las tres naves contiguas con las que cuenta la firma en Peñacastillo se están quedando pequeñas, suponiendo esto un serio hándicap para el propio crecimiento de la compañía. De hecho, a día de hoy, González y Aramburu se encuentran ultimando los detalles para el traslado a una nueva ubicación, el cual, si solo con el incremento de la demanda que G&A venía experimentando en los últimos tiempos se iba haciendo más que necesario, con el inicio de una nueva línea de negocio ha pasado a ser fundamental.

Hace dos décadas pocos hubieran apostado por el futuro de la fábrica de Boo, que celebra hoy su centenario convertida en uno de los emblemas industriales del grupo Villar Mir. La planta, que nació muy ligada al interés estratégico del Estado, es la mayor del grupo en España, y la segunda entre las 15 con que cuenta en todo el mundo.

Texto de José R.Esquiaga @josesquiaga Publicado en abril de 2013

El Noticiario Documental –el famoso Nodo– del 19 de junio de 1944, al que hoy cualquiera puede echar un vistazo en Internet, recoge con la adornada retórica de aquellos tiempos la inauguración de la nueva planta de ferroaleaciones de Boo, construida por disposición del Consejo Ordenador de Minerales Especiales de Interés Militar (COMEIM). Era aquel un punto y seguido para una experiencia industrial nacida veinte años antes, y probablemente el capítulo más importante de los ochenta primeros años de vida de lo que hoy es Ferroatlántica, subrayado con la presencia del obispo y del teniente general Dávila, y saludado con profusión de brazos en alto, como correspondía a la época y al interés patriótico que se daba a la fábrica. Se iniciaba así, a cuenta de la empresa Ferroaleaciones de Boo, la fabricación de este material, que venía a sumarse a la producción de carburo de silicio que desde 1913 hacía la sociedad Electro Metalúrgica de Astillero (EMA). Ambas empresas se fusionarían en 1950 dando origen a Ferroaleaciones y Electrometales SA (Fyesa), que tras sucesivos cambios de denominación y propietario llega a su centenario con el nombre de Ferroatlántica y como uno de los emblemas industriales del Grupo Villar Mir.

La colada del horno trifásico 1 en la segunda mitad de los años cuarenta, durante la primera década de producción de ferroaleaciones.

Ferroatlántica, que factura hoy más de 110 millones de euros y consume 481.000 megawatios hora de electricidad, tiene por tanto su origen más remoto en la fábrica de EMA, nacida para producir carburo de silicio, un componente que se utilizaba para la iluminación con lámparas de carburo. Es un antecedente remoto, por cuanto es este un producto que dejó de fabricarse en 1958, y aquella una fábrica que nada tiene que ver con la actual, aunque la cesión de parte de sus genes en la fusión con Ferroaleaciones de Boo es justificación sobrada para la celebración de la efeméride. También aporta datos para la comparación, que permiten ilustrar lo que va de entonces ahora: a aquella primera planta le bastaban 2 megavoltio amperios (Mva) de potencia instalada para hacer funcionar sus siete hornos monofásicos, en tanto que la actual planta de Ferroatlántica cuenta con 123 Mva para sus cinco hornos trifásicos.

La referencia a la potencia, o a los consumos eléctricos, tiene un paralelismo directo con la producción y, por lo tanto, ofrece un inmejorable rastro para seguir la historia de la empresa. Si cruzamos ese dato con la relación de hitos inversores y societarios, la trayectoria de lo que hoy es Ferroatlántica queda dibujada con notable precisión. Aquello de lo que daba cuenta el Nodo de hace setenta años, la inauguración de Ferroaleaciones de Boo, constituye el primer eslabón que une la vieja planta de carburos con la fábrica que ha llegado a nuestros días. Ese paso va a permitir doblar la potencia instalada, y casi volver a hacerlo en la siguiente década. Durante los treinta años en los que la planta de carburos operó en solitario, la producción se había mantenido prácticamente estancada, debido a la continua caída de la demanda asociada a las lámparas de gas. Para cuando en 1958 se produce la definitiva absorción de EMA y se pasa a producir en exclusiva ferroaleaciones, el carburo de calcio era ya un producto residual.

Ese mismo año se ponen en marcha los dos nuevos hornos trifásicos Elkem, todo un hito para la planta, lo que sitúa ya la potencia instalada en los 22 Mva. Para entonces la planta produce ferromanganeso y siliciomanganeso –básicamente lo mismo que hoy–, utilizados como materias primas en la fabricación del acero. A partir de ahí, y hasta que en 1977 se ponen en marcha dos nuevos hornos, la fábrica mantiene un crecimiento sostenido que le lleva hasta los 86Mva, una cifra que tardará veinte años en recuperar.

Desde el lado societario, la empresa había cubierto para entonces varias etapas. Desde que en 1958 se produjera la absorción de EMA, el principal accionista de la factoría es el COMEIM, que desaparece dos años después cediendo todas sus participaciones al Instituto Nacional de Industria (INI). La etapa como empresa pública termina en 1971, cuando el Banco Santander se convierte en máximo accionista de la por entonces todavía denominada Ferroaleaciones y Electrometales (Fyesa). En 1988 la Sociedad Española de Carburos Metálicos SA adquiere la totalidad de las acciones del Santander en Fyesa y pasa a controlar la sociedad.

La empresa está atravesando entonces uno de los momentos más difíciles de su historia. La potencia energética instalada ha caído hasta los 78 Mva y, cuando cuatro años después de su adquisición Carburos Metálicos pone a la venta los activos de su división de ferroaleaciones y energía eléctrica, nadie da un duro por el futuro de la fábrica de Boo.

El grupo liderado por Juan Manuel Villar-Mir, ministro del primer Gobierno de la monarquía y empresario de éxito, adquiere en diciembre de 1992 los activos puestos a la venta por Carburos Metálicos, y entre ellos la fábrica de Boo. Lo que sucede en ese momento, y a partir de entonces, no es muy distinto a lo que el grupo Villar Mir ha realizado con otras empresas y fábricas en distintos puntos del mundo: adquiere centros de producción prácticamente desahuciados por sus antiguos propietarios para, en plazos de tiempo sorprendentemente pequeños, hacerlos rentables y competitivos. La trayectoria de la planta de Boo, ya Ferroatlántica a partir de ese momento, ilustra perfectamente ese modelo: en los cuatro primeros años tras su adquisición por Villar Mir, la fábrica triplica su producción. Se pone en marcha además una batería de inversiones que, sucesivamente, van a permitir la instalación de una planta de cogeneración de 6 Mw y la primera de las actuaciones de calado en términos medioambientales, con la instalación de un sistema de captación de humos de colada y la puesta en marcha de una planta de embriquetado.

En términos de producción, la actuación más notable tiene lugar en los años 2003 y 2004, cuando se modernizan los hornos Elkem a partir de tecnología propia, lo que con una inversión de 20 millones de euros permite aumentar la producción de la fábrica en un 30%. En 2008 se realizan inversiones medioambientales por valor de otros 10,8 millones de euros que permiten conseguir la autorización ambiental integrada.
La plata de Ferroatlántica de hoy es una de las 15 con que cuenta el grupo en todo el mundo y, como las otras cinco españolas, se sitúa a la cabeza tecnológica de todas ellas. Una de las claves competitivas del grupo es conceder a cada planta una autonomía que les permita adecuar su gestión a las condiciones del país en el que operan y los mercados a los que abastecen. En el caso de las plantas españolas eso significa, por ejemplo, el haber sido capaces de desarrollar un sistema de producción que permite aprovechar las horas diarias en las que la electricidad es más barata, sin que ese encendido y apagado de hornos repercuta en los costes diluyendo el ahorro, como sucede en otras factorías similares. Con el precio de la electricidad como factor crítico, las plantas españolas deben hacer auténticos malabarismos para cuadrar sus cuentas. Aunque la fábrica de Boo tiene parada su planta de cogeneración y no es por tanto productora de energía, el aumento de las tarifas eléctricas derivado de la Ley de Sostenibilidad Energética ha supuesto un sobrecoste de 2,5 millones de euros, según los cálculos de los responsables de Ferroatlántica. Que eso, unido al mayor precio de la electricidad en España, no ponga en peligro la continuidad de la factoría es un pequeño milagro tecnológico y una muestra de la tradición innovadora que es una de las características de la empresa.

La de Cantabria, una de las universidades ‘jóvenes y pequeñas’ nacidas de la reforma del modelo de educación superior emprendido en el tardofranquismo, cada vez tiene menos de lo uno y de lo otro. La institución celebra sus cuarenta años con una imagen consolidada, sobre todo en el marco de la investigación, y en medio de las incertidumbres financieras.

Texto de José R. Esquiaga @josesquiaga. Publicado en abril de 2013.

La Universidad de Cantabria celebra el redondo aniversario de los cuarenta años, una edad que a escala humana se identifica con la madurez y que, si repasamos la trayectoria y el actual momento de la institución, también puede ser de aplicación en este caso. Nacida al calor de la reforma de la educación superior emprendida en los últimos años del franquismo, la de Cantabria –llamada de Santander, en aquellos primeros años– compartió con el resto de las nacidas entonces los apelativos de “joven y pequeña”, que de alguna manera marcaban distancias con las universidades históricas y con las que tenían como sede las grandes capitales. La distinción puede seguir teniendo sentido, aunque la juventud va quedando atrás y el tamaño, aunque contenido, ha terminado por no ser obstáculo para dar forma a un catálogo de titulaciones que toca todas las áreas del conocimiento, ni tampoco ha impedido que determinados grupos de investigación de la Universidad de Cantabria jueguen en los campeonatos mayores del conocimiento científico. La madurez también puede contemplarse desde otra óptica, con la pérdida del impulso de los primeros años, una vez completado un catálogo de titulaciones y centros que probablemente supera con mucho las expectativas que pudieran albergar los fundadores. Las incertidumbres financieras podrían contarse igualmente entre los aspectos menos amables del actual momento de la institución, aunque esta sería, en todo caso, una cuestión que poco tiene que ver con el paso del tiempo.

El repaso a la historia de la Universidad de Cantabria, y máxime cuando este se hace con motivo de un aniversario tan redondo como el cuadragésimo, obliga a hacer una aclaración con las fechas. La primera promoción de ingenieros de caminos formados en la escuela de Las Llamas hace ya unos años que dejó atrás la efeméride que hoy celebra la Universidad, una aparente incongruencia que tiene una explicación, digamos, administrativa: el centro, que impartió su primer curso en 1964-1965, dependió inicialmente de la Universidad de Valladolid, y así continuó siendo hasta que en 1972 se creara la de Santander, que estrenó curso al año siguiente. Ese es el cumpleaños que se celebra ahora.

La mención a la escuela de ingenieros de caminos es, en todo caso, obligada. En ella se plasmaba, de la forma más inesperada, el viejo anhelo de la sociedad e intelectualidad montañesas de contar con una universidad propia, una reivindicación que hunde sus raíces en los primeros años del siglo XX. Era Santander entonces una ciudad próspera, con una imagen moderna y cosmopolita y una burguesía que hacía honor a ambos conceptos. Se pensaba entonces que esas cualidades, unidas al conocimiento que bullía en el hospital de Valdecilla y al acervo cultural de la biblioteca de Menéndez Pelayo –foco de atracción para investigadores de todo el mundo–, suponían base suficiente para que la ciudad contara con un centro universitario en el campo de la medicina y otro en el área de las humanidades. No se consiguió ni lo uno, ni lo otro, aunque algunas universidades extranjeras –Berkley, Liverpool– comenzaron a organizar cursos de verano en la capital de Cantabria. También lo hizo la Universidad de Valladolid, en un proceso que tendría su cristalización última en la creación de la Universidad de Verano de la República, antecedente de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Si toda esa evolución estaba destinada a culminar con la creación de una universidad convencional, de invierno, es una incógnita que la guerra civil, y la inmediata posguerra, van a impedir despejar.

La nómina de universidades españolas permanece inalterable durante las primeras décadas del nuevo régimen, e incluso la apertura de nuevos centros queda bloqueada, aunque la aspiración de la sociedad y la intelectualidad montañesa no se ha apagado. El desarrollismo de los sesenta va a llevar al franquismo a pensar en abrir nuevos centros superiores, sobre todo escuelas técnicas que nutran de personal cualificado a las empresas de entonces. Por qué la escuela de Caminos, y por qué en Santander, son dos de las primeras preguntas que se planteó responder Fidel Gómez Ochoa, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Cantabria, cuando comenzó a investigar la historia de la institución. No está muy seguro de haberlo conseguido.

Guillermo Gómez Laa, primer rector de la Universidad de Cantabria

“No es fácil contrastarlo, pero parece que el momento decisivo tuvo lugar con motivo de una visita de Franco a Santander, y que la decisión última fue del propio jefe del Estado, que vino a decir que si ya existía una escuela de caminos en Madrid, para abrir la segunda había que pensar en una ciudad costera. El caso es que no había nada en Santander que favoreciera especialmente esa elección, para esos estudios en concreto, más allá de ese deseo de contar con un centro universitario”, explica el profesor, que cita algunos nombres, como el del por entonces presidente de la Diputación de Santander, Rafael González Echegaray, como decisivos para conseguirlo. El nuevo centro se adscribe a la Universidad de Valladolid, del mismo modo que lo hará el siguiente, la Facultad de Ciencias, que se abre en 1969.

El III Plan de Desarrollo de Franco, que incluye a la provincia de Santander, pone el marco legal para la creación de la universidad. El régimen se plantea por vez primera la expansión del modelo universitario, en una decisión muy política que se explica tanto por el deseo de atajar la incipiente masificación de las universidades existentes como por evitar la creciente contestación estudiantil, favorecida precisamente por la existencia de grandes campus. Santander, una ciudad pequeña y tranquila, se convirtió en candidata perfecta para ello. La conversión de Valdecilla en centro médico nacional convirtió en necesidad natural la creación de una facultad de medicina –dando por fin la razón a los pensadores de principios de siglo– y, con ella, se conseguía el número mínimo de centros para poder contar con una de las universidades “jóvenes y pequeñas” que nacerían en ese proceso. Para entonces, ya estamos en 1973, la reforma educativa ha integrado las escuelas superiores de formación profesional bajo el paraguas universitario, lo que suma Magisterio, Comercio, Peritos Industriales y Minas a la que será la primera oferta de títulos –superiores y medios– de la nueva universidad. La escuela de Graduados Sociales de Torrelavega, el otro centro que ofrecía estudios superiores en la región, seguirá dependiendo de la Universidad de Oviedo, y así se mantendrá todavía durante bastantes años.

Universidad de nuevo cuño

A partir de ahí, la historia de los estudios superiores cántabros es ya la historia de la Universidad de Cantabria, aunque hasta 1985 seguirá llamándose de Santander. No eran aquellos, lo podemos decir ahora desde la distancia, buenos años para comenzar. La crisis del petróleo, primero, y el cambio de régimen, después, sitúan a la recién nacida universidad ante lo que es un reto de dimensiones históricas, como es el mantener el impulso fundacional en las peores circunstancias económicas y políticas. En ese contexto ha de dotarse de las herramientas administrativas, los recursos humanos y las infraestructuras necesarias para hacer honor a su recién estrenada condición. Los órganos de gobierno lo son con cierta interinidad hasta que en 1977 se nombra el primer rector, Guillermo López Láa. Hasta entonces hay tres rectores presidentes de la junta gestora de la Universidad, Carlos de Miguel, Miguel Trillo y el propio López Láa.

A este último corresponde el empeño de convertir aquel embrión en una universidad con todos los predicamentos, para lo que entendía imprescindible abrir el campo de conocimiento hacia las humanidades. Se crea así la Facultad de Filosofía y Letras, eludiendo las restricciones presupuestarias mediante un mecanismo cargado de sentido común, pero sorprendente: se desdotan cuatro plazas de profesores de la Escuela de Caminos para, con ese dinero, contratar otros tantos que pongan en marcha la nueva facultad. Al siguiente rector, José Miguel Ortiz Melón, le corresponde arrancar la Facultad de Derecho, y también le tocó a él lamentar el no definitivo a una aspiración que la Universidad de Cantabria tenía desde su nacimiento: contar con facultades de veterinaria y ciencias químicas, una demanda perfectamente coherente con la estructura económica de la región, pero que no se atenderá.

Esa vocación de servicio a la región es una constante, y en ella hay que enmarcar tanto la creación de la facultad de Derecho como la puesta en marcha del segundo ciclo de los estudios de Empresariales en 1985, lo que significó la creación de la Facultad de Ciencias Económicas. La Universidad, ya de Cantabria, pasaba así a contar con titulaciones en la ramas de la ingeniería, la salud, las humanidades y las ciencias sociales.

Para dotar de un espacio físico a los nuevos centros se cuenta, casi en todos los casos, con la cesión provisional de las aulas del paraninfo de la UIMP, en las Llamas. La relación entre la universidad de verano por antonomasia y la joven universidad cántabra es compleja, tanto como para no ser fácil decidir si la primera cotiza, respecto a la segunda, en el campo de los estímulos o en el de los lastres. Es difícil entender el nacimiento de la Universidad de Cantabria sin la aportación de la UIMP, que jugó el papel de nodriza más o menos voluntaria, pero también es cierto que desde el primer momento hubo desencuentros y recelos. Esto último, apunta Fidel Gómez Ochoa, es en muchas ocasiones muy difícil de documentar en términos históricos, sobre todo en aspectos que, por entrar en el terreno de lo intangible, no dejan ningún rastro escrito. Cierta falta de aprecio por parte de la sociedad regional con la recién nacida universidad, por ejemplo. “En determinados ámbitos se entendía que Santander ya contaba con una universidad, la UIMP, lo que derivaba en un cierto desapego y, quizá, en que determinadas demandas no encontraran demasiado eco. Pero no es algo fácil de documentar”, insiste el profesor de historia contemporánea.

La UIMP es también decisiva para explicar la ubicación del campus en las Llamas, y no sólo por su labor de incubadora de los primeros cursos de varias de las titulaciones de la UC. En ese terreno, en que sí que es más sencillo encontrar soporte documental, Fidel Gómez Ochoa se ha encontrado con alguna sorpresa, como la investigación de la tesis de un alumno de doctorado que sacó a la luz un diseño de ciudad universitaria realizado en los años cincuenta, y que coincide en gran medida con el de hoy. “Fue un proyecto de Joaquín Ruiz Jiménez, ministro de Educación, para ampliar la actividad de la UIMP a todo el año, convirtiéndola en una universidad convencional. Se diseñó ese campus, que nunca se llevó a cabo pero que curiosamente es muy parecido al actual. El proyecto se abandonó por completo con la caída en desgracia de Ruiz Jiménez y los aperturistas, a raíz de las protestas estudiantiles de mediados de los años cincuenta”.

Además de la vecindad con el paraninfo de la UIMP, las Llamas ofrecía disponibilidad de terrenos a coste relativamente reducido, algunos de titularidad pública. Además, por estar alejado del centro de la ciudad, permitía sacar del núcleo urbano un potencial foco de conflicto. Pese a estas ventajas, la creación del campus como tal, con la centralización en ese espacio de la mayoría de los centros, no se completó hasta la primera década del nuevo siglo.

La búsqueda de recursos para acometer la construcción de las sedes definitivas de carreras como Derecho, Educación, Filosofía y Letras o Ciencias Económicas –una vez abandonado el edificio de Empresariales, que demostró las dificultades que tiene construir en el humedal de las Llamas– ocupó buena parte de los esfuerzos de los sucesivos rectores, y tuvo sus mayores concreciones en tiempos de Jaime Vinuesa. En términos financieros, explica Gómez Ochoa, la historia de la Universidad de Cantabria tiene dos partes claramente diferenciadas, separadas por el año 1997, cuando la institución pasó de depender de los presupuestos generales del Estado a recibir las aportaciones de las arcas autonómicas. En la primera etapa la capacidad para reivindicar mayores partidas era muy pequeña, y para hacer frente a determinados gastos se echaba mano de fórmulas imaginativas –como la cesión de explotación del subsuelo que permitió financiar la construcción del paraninfo– o se recurría a las ayudas europeas, que financiaron la construcción de los nuevos edificios del campus de las Llamas.

Con el paso a la autonomía la negociación con la administración se hizo más cercana, lo que no necesariamente quiere decir más fácil. A partir de ese momento el objetivo fue conseguir la firma de un contrato programa que diera estabilidad financiera a la institución y que evitara la incertidumbre de la negociación año a año. El objetivo se consiguió en 2006, pero al vencimiento, ya en la legislatura actual, no se ha conseguido renovar, lo que une al recorte de la aportación pública la incertidumbre sobre el futuro. “La ley dice que hay que dotar a la universidad de los recursos suficientes, algo que no está desarrollado normativamente pero que siempre se ha entendido que significaba cubrir cuanto menos los gastos del personal. Ahora mismo estamos por debajo de esa cantidad”, explica Gómez Ochoa.

En paralelo a su crecimiento, y también a las incertidumbres financieras, la Universidad de Cantabria ha desarrollado líneas de colaboración con las empresas que han complementado los recursos públicos. En materia de investigación, algunos de los grupos se sitúan en la primera línea internacional de sus respectivas disciplinas, con especial mención a los que operan en el ámbito de la física y la astronomía. Es ahí, y sobre todo en el trabajo de los más de 60.000 profesionales que han accedido a un título en los cuarenta años de vida de la Universidad de Cantabria, donde hay que buscar los frutos de la institución académica, ya no tan joven, ni tan pequeña, pero tan necesaria como cuando nació.

La filial ibérica de Norbert Dentressangle, heredera de la antigua Gerposa, ha retomado en 2010 la senda del crecimiento y prevé alcanzar el año que viene una cifra de negocio similar a la que tenía en 2008, tras dos ejercicios que han servido para adecuar la empresa a la nueva situación del mercado. Aunque mantiene el liderazgo nacional en cargas completas, la paletería y el grupaje son las actividades que registran los mayores ritmos de crecimiento.

Texto de José R. Esquiaga @josesquiaga Publicado en diciembre de 2012

En su condición de líder español en cargas completas –para entendernos, aquel transporte en el que el cliente contrata un camión, o más de uno, para mover sus mercancías– en la actividad de Norbert Dentressangle Gerposa se pueden rastrear todas las huellas de la crisis económica y, por las mismas razones, buscar indicios de una hipotética recuperación. De lo primero, de las cicatrices que la recesión ha dejado sobre la piel de una empresa con más de seis décadas de historia, da cuenta la evolución del volumen de ventas a partir del otoño de 2008, y también el conjunto de medidas adoptadas en 2009 para afrontar la caída de la demanda y adaptar las estructuras a la nueva realidad económica. Los primeros síntomas de la recuperación aparecen también a poco que se profundice en la combinación de los dos factores apuntados: tras un año 2009 muy complicado, el crecimiento del volumen de negocio ha vuelto a cifras positivas durante el primer semestre del actual ejercicio, en tanto que de las medidas de ajuste ha resultado una empresa capaz de mantener la rentabilidad en cotas asumibles, a pesar de la caída en la facturación.

“No esperamos que el segundo semestre de 2010 sea significativamente peor que el primero”, señala Luis Ángel Gómez Izaguirre, director general de Norbert Dentressangle Gerposa a la hora de valorar el futuro más inmediato, y después de haber dado cuenta de unas cifras que resumen lo acontecido en los dos últimos años, desde el brusco frenazo del otoño de 2008 hasta la incipiente recuperación que apuntan las cifras desde comienzos de este año. Mirando hacia atrás, Gómez Izaguirre recuerda que durante 2008 las ventas de la empresa discurrieron de acuerdo con lo esperado para encontrarse, tras el verano, con una caída del 20% que evidenció de golpe la profundidad de la crisis que estaba por llegar: “Desde ese momento, y hasta marzo o abril de 2009, hicimos planes de adecuación de nuestra estructura de costes a la nueva situación, y eso ha sido fundamental para que, a partir de mediados de ese mismo año, la compañía estuviera ya en condiciones para volver a crecer, manteniendo una rentabilidad que garantizase su futuro a medio y largo plazo”.

La caída de las ventas coincidió casi exactamente con el primer aniversario de la integración de Gerposa en el grupo francés Norbert Dentressangle, que en diciembre de 2007 se había hecho con Christian Salvesen, de quien desde 1999 era filial la empresa cántabra. El proceso de integración, rápido y nada traumático, contribuyó a minimizar el impacto de la crisis, diluida en parte gracias a la diversificación geográfica y de producto que ha venido experimentando Gerposa de la mano de sus sucesivos propietarios. Aun con ello, los datos no esconden la profundidad de la recesión que se ha encarado en los dos últimos años, y cuyas consecuencias todavía se vivirán, cuanto menos, durante un ejercicio más.

Las cuentas de la crisis

La facturación de Norbert Dentressangle Gerposa, que opera como filial ibérica de la matriz, se movió en 2008 en el entorno de los 270 millones de euros, una cantidad que apenas recogía la caída de las ventas dado el buen comportamiento de éstas durante los seis primeros meses del año; el ejercicio siguiente se cerró con un descenso del 12% para, a partir de los primeros meses de este año, volver a la senda del crecimiento: un 9% en el primer semestre, un dato que podría mejorarse levemente cuando se den por cerradas las cifras de 2010. Una subida de dos dígitos que se explica, sobre todo, porque la comparación se realiza con un año, el 2009, que se ha movido en cifras mínimas. De cara al año que viene, Gómez Izaguirre prevé un incremento más modesto –de entre el 6 y el 7%– pero suficiente para llevar la facturación a cotas similares a las obtenidas antes de la crisis y, de alguna manera, cerrar el paréntesis que se abrió con ésta. En medio, y por encima de las cifras, están los esfuerzos realizados para dar respuesta a las nuevas demandas del mercado: “Ahora somos una empresa más fuerte”, resume el director de Norbert Dentressangle Gerposa.

Luis Ángel Gómez Izaguirre, frente a la sede central ibérica de Norbert Dentressangle

La Gerposa de hoy es el resultado de una combinación de factores, en el que se mezclan en diferentes proporciones la tradición de la compañía, fundada en 1946, y los cambios llegados de la mano de los grupos internacionales –el primero británico, francés el actual– en los que se ha integrado desde 1999. En ese contexto, la crisis ha tenido tanto de elemento catalizador para los cambios como de piedra de toque con la que poner a prueba la solidez de esa argamasa de cultura empresarial propia y ajena, que tiene una plasmación práctica en cuestiones como el mix de producto, la gestión de la flota o la propia composición del equipo directivo, además de la diversificación en mercados y clientes.

En relación con el producto, y como herencia más evidente de su historia, Norbert Dentressangle Gerposa mantiene el liderazgo nacional en cargas completas, precisamente el segmento que en mayor medida ha sufrido los embates de la crisis. Muy relacionado con esto, pero ya desde el punto de vista del cliente, la empresa cántabra mantiene una sólida posición como proveedor de la industria automovilística, una característica que, como la anterior, le sitúa en primera línea frente a las dificultades. Como contrapartida, y como resultado de la evolución seguida de la mano de las multinacionales, el liderazgo en cargas completas y la vinculación con el sector automovilístico no implican el grado de dependencia que supusieron en otros momentos, lo que ha sido fundamental para encarar las dificultades.

Mix de producto

“La carga completa supone hoy el 60% de nuestras ventas, y el sector del automóvil, un 35% –explica Luis Ángel Gómez Izaguirre– son porcentajes importantes, y que reflejan la vocación que tenemos por ese producto y con esos clientes, pero es muy significativo que hace diez años la proporción era mucho mayor: teníamos la carga completa prácticamente como único producto, y la industria automovilística concentraba el 70% de nuestro volumen de negocio”. El cambio, apunta el director general de la empresa cántabra, se explica por una estrategia de diversificación de largo recorrido, en la que los vaivenes del mercado han tenido una influencia secundaria. Esto es, ha sido la incorporación de nuevos productos y la consiguiente apertura a nuevos mercados la que ha reducido el peso de la carga completa y de la automoción dentro de la cifra de negocio, y no tanto a la caída de ventas dentro de los caladeros tradicionales de la empresa, algo que sólo se ha dado de forma coyuntural en estos dos últimos años.

Si las cargas completas son un producto ligado a la historia de la compañía, el proceso de diversificación se relaciona directamente con la sucesiva integración de Gerposa en grupos con presencia internacional. “De la mano de Christian Salvesen llegó la paletería, y con Norbert Dentressangle hemos comenzado con el grupaje internacional”, resume Luis Ángel Gómez Izaguirre. A efectos prácticos la ampliación de la gama supone acercar la oferta de la empresa a un mayor espectro de clientes: la paletería da la posibilidad de mover un mínimo de un palet de mercancías, en tanto que con el grupaje se agrupan cargas de varios clientes hasta completar un camión. “Al final lo que damos es un abanico más amplio de posibilidades, con la paletería llegamos a clientes más pequeños, que no tienen necesidades de transporte que hagan rentable contratar un camión completo, y el grupaje supone una alternativa intermedia para quien sí que mueve un volumen de mercancías que haría muy caro recurrir a la paletería, pero que sigue sin justificar el contratar un camión completo”.

Las ventajas de la estrategia quedan patentes a la vista de las cifras de los últimos años: en 2009 la carga completa bajó un 19%, pero la paletería mantuvo la senda del crecimiento con un incremento de más del 15%, en tanto que el grupaje creció a ritmos del 50%, si bien se partía de cifras más pequeñas; en conjunto, las ventas cayeron un 12%. La tendencia es similar en las cifras de este año, ya en positivo en todos las áreas, y también en las previsiones para 2011, que apuntan a crecimientos del 5, 12 y 20% en carga completa, paletería y grupaje, respectivamente. Como resultado, la fotografía del mix de producto de Norbert Dentressangle Gerposa, en volumen de ventas, sería de un 60% de carga completa, un 35% de paletería y un 5% de grupaje, cuando hace sólo dos años el reparto era de un 70/30 entre cargas completas y paletería, sin aportación significativa del grupaje.

Infraestructuras

Más allá de su plasmación en la distribución de la cifra de negocio, el proceso de diversificación ha obligado también a una adecuación de las estructuras que, a su vez, es resultado de un ambicioso programa de inversiones. Mientras las cargas completas apenas necesitan mucho más que espacios donde aparcar los camiones, la paletería requiere una red de centros logísticos en los que consolidar mercancías, con un número de muelles suficiente para que estas operaciones se hagan con la máxima celeridad aun en el caso de que coincidan muchos camiones simultáneamente. Actualmente Norbert Dentressangle Gerposa dispone de 25 centros, además de otros corresponsales allá donde no existe un volumen suficiente para rentabilizar los propios. En la mayor parte de los casos se trata de instalaciones de construcción muy reciente, caso de Oporto, Lisboa, La Coruña o Gijón, o bien que se han transformado completamente para adaptarse a las nuevas necesidades. En los próximos meses está previsto abrir un nuevo centro en Zaragoza, cerca de la fábrica de Opel, con casi un centenar de muelles de carga y descarga.

Además de sentar las bases para retomar la senda del crecimiento, el proceso abierto en la primavera de 2009 para afrontar las consecuencias de la crisis perseguía, sobre todo, ganar la batalla de la rentabilidad, siempre un reto en un sector que a duras penas consigue eludir los números rojos, ni aun en tiempos de bonanza económica. “Las empresas de transporte que ganan dinero, que no son muchas, se mueven en márgenes muy estrechos, de entre el 2 y el 3%, que se quedan en nada cuando bajan las ventas. Con la adecuación de nuestras estructuras hemos conseguido mantener, e incluso incrementar, los márgenes que teníamos antes del año 2008. Estamos muy satisfechos en términos de rentabilidad”, resume el director general de Norbert Dentressangle Gerposa.

Tras el borrón que supuso la fallida experiencia de GFB, la empresa alemana toma el relevo con el desafío de hacer olvidar el fiasco y demostrar que el fibroyeso es un producto que puede sostener un modelo de negocio, incluso en la actual coyuntura del sector de la construcción. La planta de Orejo abastecerá sobre todo los mercados francés, británico y escandinavo, aunque espera llegar a vender un 10% de su producción en España.

Texto de José R. Esquiaga @josesquiaga Fotos de Nacho Cubero
Publicado en diciembre de 2012

Más de una década después de que en Cantabria comenzara a hablarse de este producto, en mayo del próximo año saldrán de la planta de Fermacell en Orejo los primeros paneles de fibroyeso fabricados en la región. Diez años marcados por una controvertida y confusa amalgama de intereses empresariales y políticos, una inversión fallida y una liquidación de activos de la que resultó un nuevo propietario para la planta de la extinta GFB. El nuevo proyecto ha sido redimensionado a la baja en sus cifras de producción y empleo, pero cuenta con unas perspectivas de viabilidad que nunca llegaron a adivinarse en el caso de la anterior sociedad, que fue incapaz de iniciar la producción. El primer reto de Fermacell, previo incluso a la puesta en marcha de la fábrica cántabra, es sacudirse la herencia de la extinta GFB, algo que los responsables de la empresa no llegan a considerar un lastre –los ecos del asunto no llegan más allá de las fronteras regionales– pero que sigue obligando a dar explicaciones a proveedores o a que cualquier mención al proyecto, como la que quiere hacerse en estas páginas, arranque con una referencia al antiguo propietario.

En contraste con los interrogantes que puedan apuntarse en el entorno más cercano, lo cierto es que la llegada de Fermacell a Cantabria también tiene argumentos para llamar la atención fuera de Cantabria. En esencia, se trata de una empresa alemana que invierte en España y que opera dentro del sector de la construcción, un resumen que, en forma de sorprendido titular, encabezó la información de algún medio germano. Propiedad del grupo Xella, una multinacional germana dedicada a los materiales de construcción, Fermacell es la división encargada de la fabricación de tabiquería seca. Cuenta con tres fábricas de fibroyeso, dos en Alemania y una en Holanda, y otra más de fibrocemento, también en Alemania, con las que abastece un mercado en crecimiento. De hecho, la oportunidad de pujar por la fábrica cántabra se presentó en un momento en el que el grupo se planteaba aumentar la producción, bien con la construcción de una nueva planta o con la adquisición de una ya existente.

“Si hubiéramos construido una fábrica nueva, difícilmente lo hubiéramos hecho en España”, admite Daniel Milá, máximo responsable de la planta de Orejo. La ubicación idónea, explica, hubiera sido el sur de Francia, o en la zona fronteriza con Suiza, cerca de alguno de los mercados a los que se busca abastecer con ella. Con el sector de la construcción prácticamente parado, España no es una opción atractiva para partir de cero, aunque sí puede serlo si de lo que se trata es de adquirir una fábrica prácticamente terminada. “En ese caso se acortan los plazos para iniciar la producción, y esa rapidez pesa por encima de otras circunstancias”.

Aunque la localización no sea la ideal, la planta cántabra tampoco está mal situada para cumplir el papel que le asigna el grupo: abastecer el mercado del sur de Francia, a través de la carretera, al Reino Unido, a través del puerto de Santander, y a los países nórdicos, a donde se llegará con una combinación de transporte marítimo y ferroviario. Queda la incógnita del mercado español, que se convierte en asignatura obligada por la situación de la planta. El plan estratégico se plantea objetivos relativamente modestos en cuanto a ventas nacionales, que no supondrían más allá del 10% de la producción cuando esta se estabilice en su primera fase, lo que no está previsto que suceda antes de 2015. Con todo, ese 10% obliga a crecer de forma importante, teniendo en cuenta que la cuota de Fermacell en España es hoy prácticamente simbólica.

Las planes que manejan los responsables de la empresa contemplan que la planta cántabra esté en condiciones de iniciar la producción en mayo de 2013. Antes, en enero o febrero, la filial española de Fermacell comenzará ya a atender pedidos, con producto procedente de otras plantas del grupo. Con ello se busca ir poniendo a prueba la cadena comercial y de suministro, una tarea que se está desarrollando en paralelo a la puesta a punto de la fábrica. Ahora mismo Fermacell da trabajo ya a 33 trabajadores, con todos los departamentos –administración, comercial, fabricación– en marcha. De hecho, para cuando salgan de planta los primeros paneles de fibroyeso la plantilla contará sólo con dos integrantes más. De cumplirse lo previsto, se incorporaría un segundo turno antes de final de 2013, lo que supondría rondar el medio centenar de trabajadores. “Si todo va bien, en 2014 incorporaríamos el tercer turno, que nos permitiría fabricar 24 horas al día de lunes a viernes. Con eso optimizaríamos la planta. A partir de ahí dependeremos de cómo vayan las ventas, en España y en los mercados internacionales, para incorporar los turnos de fin de semana. Nuestro plan estratégico, el plan del grupo en el conjunto de los mercados que atendemos, indica que hay recorrido para crecer”, explica Daniel Milá.

Fermacell facturó 215 millones de euros el último ejercicio, es una cifra que convierte a la empresa en una de las unidades de negocio más pequeñas dentro del grupo Xella, pero también en una de las que ha experimentado un mayor crecimiento en los últimos años. Una circunstancia esta última que ha agotado la capacidad de producción de las plantas del grupo y que ha motivado la adquisición de la fábrica de Orejo, y que también supone un aval para las previsiones que maneja la empresa. El conjunto de plantas del grupo es capaz de poner en el mercado algo más de 40 millones de metros cuadrados de paneles de fibroyeso cada año, lo que agotaba su capacidad de crecimiento. La planta cántabra a pleno rendimiento, a tres turnos siete días a la semana, es capaz de sumar otros 12 millones de metros cuadrados. “En los planes del grupo, eso nos da margen para crecer durante cuatro o cinco años. Ojalá que lo agotemos en ese plazo, o incluso antes. En ese caso aquí tendríamos espacio para montar una segunda línea y doblar la producción”, apunta el director de Fermacell en Cantabria.

Fermacell ha invertido 14 millones de euros en la compra de la antigua fábrica de GFB, y tiene previsto destinar otros 8 en su adecuación y puesta en marcha. Al adjudicarse los activos de la liquidada GFB, adquiría una planta enorme y una maquinaria que alimentó alguna de las muchas controversias de la antigua sociedad. Daniel Milá desmiente que las máquinas sean obsoletas, o hayan sido usadas en otras fábricas, acusaciones ambas que llegaron a hacerse en su día al grupo Euroamérica, uno de los accionistas de GFB. Sobre el tamaño de la planta, el máximo responsable de la fábrica de Fermacell en Orejo cree que pueden hacerse valoraciones dispares: “Desde un punto de vista financiero probablemente hay que decir que, en efecto, las instalaciones están claramente sobredimensionadas. Pero si lo miramos desde una óptica puramente industrial, lo cierto es que están bien, tenemos una reserva de espacio suficiente para cuanto menos doblar nuestra capacidad”.

La mayor parte de los operarios que hoy trabajan en Orejo –una nave principal de 30.000 metros cuadrados, a la que hay que añadir otra dos destinadas al almacenaje del papel y el yeso, materias primas del proceso de fabricación– lo hacen en la puesta a punto de los equipos, con el auxilio de profesionales llegados en su mayor parte de Alemania. Milá admite haberse encontrado con algunas sorpresas que han llevado a que la inversión para la puesta en marcha esté siendo mayor de lo esperado –y en todo caso superior a los 5 millones comprometidos en el contrato de adjudicación– aunque considera que el desvío, y los propios imprevistos, entran dentro de la normalidad cuando se trata de echar a andar una maquinaria que lleva años parada. “Si se me permite el símil, hemos comprado un vehículo kilómetro cero, de una buena marca, un Mercedes o un BMW, pero fabricado hace ya unos años, y que nunca ha circulado. Eso obliga a revisar cada componente, cada contacto… En eso proceso estamos, y eso va a llevarnos todavía unos meses”.

La fábrica cántabra no supone la primera experiencia española de Fermacell, que ya adquirió una planta en nuestro país a comienzos de la pasada década, en Carboneras, Almería. Aquello no fue bien, pero los responsables de Fermacell marcan distancias entre aquel proyecto y el actual: “Nuestra posición en el mercado entonces no era la que es ahora, no teníamos la necesidad de crecer que tenemos actualmente, y las características de aquella planta tampoco son las que tiene la de Orejo, ni por calidad ni por capacidad de producción”. La maquinaría de la fábrica cántabra, explica Daniel Milá, es muy similar a la del resto del grupo, lo que permite mantener estándares de medidas y calidad, una homogeneización de producto que Fermacell considera clave, y sobre la que ha asentado gran parte de su competitividad.

La fabricación de fibroyeso se hace a partir de dos materias primas, la fibra de papel –que se obtiene del papel reciclado– y el yeso calcinado, que en Cantabria se adquirirá a canteras para calcinar en planta y que en otras fábricas del grupo se compra con ese proceso ya realizado. El prensado de ambos componentes, mezclados con agua, es el cuello de botella de la fabricación del fibroyeso, y marca la capacidad de producción de la fábrica. La prensa cántabra, y todo el proceso de fabricación, es idéntico al del resto de plantas del grupo, lo que no sucedía en Cañoneras.

El fibroyeso es un producto que tiene todavía una escasa penetración en España, pero que ha ido ganando terreno al ladrillo, y a otras alternativas en la llamada tabiquería seca, en los mercados en los que Fermacell tiene una presencia más sólida. Menos conocido en España que el fibrocartón –que tiene en Pladur a su marca más conocida, hasta el punto de dar nombre al producto– cuenta con características que le permiten llegar a segmentos donde este último no puede competir con el ladrillo. Más resistente al impacto, con mejor aislamiento sonoro y contra el fuego, el fibroyeso se ha demostrado especialmente competitivo en la construcción no residencial, en colegios y hospitales por ejemplo, donde puede hacer valer esas características, además de la rapidez de colocación común a otros sistemas de tabiquería seca.

Las características del producto, que cuenta con una cuota creciente en los países europeos donde Fermacell tiene una mayor presencia, y la experiencia de la empresa en mercados distintos al español son los factores que juegan a favor de la planta cántabra del grupo. La situación del sector español de la construcción, e incluso la de unas cuentas públicas que no permiten augurar grandes alegrías inversoras en equipamientos sanitarios o educativos, son –por más que al mercado interno se le adjudique un papel secundario en los planes de Fermacell– las principales incógnitas a despejar.

Las cooperativas de crédito, que tienen a las cajas rurales como principal exponente, suponen el 5% del sistema financiero español y cuentan con indicadores cualitativamente mejores que bancos y cajas de ahorros, aunque con un tamaño que las enfrenta a problemas similares a los que afrontan estas últimas y ante los que se barajan soluciones muy parecidas: sistemas de integración y fusiones.

Texto de José R. Esquiaga. @josesquiaga Publicado en julio de 2011

Son cajas, pero no de ahorro, aunque de puertas afuera, en la percepción del cliente, no hay nada que las distinga de éstas, ni tampoco de los bancos. Las cooperativas de crédito, con las cajas rurales como principal –aunque no único– exponente, ofrecen los mismos productos que bancos y cajas, se relacionan de forma idéntica con el cliente y están igualmente sujetas a la supervisión del banco de España pero, en cambio, presentan números cualitativamente mejores que los del conjunto del sistema financiero, aunque con un tamaño que las sitúa ante similares incertidumbres, amenazas y retos que los que afronta cualquier entidad financiera, y singularmente aquellas que operan en un mercado más local. De hecho, y atendiendo únicamente al volumen de activos, todas las cooperativas están muy por debajo de la cota que el Banco de España fija como mínima para acudir con garantía a los mercados mayoristas, a pesar de lo cual el proceso de reestructuración se está haciendo sin las presiones ni los plazos que sufren las cajas de ahorros. En total, en España operan 80 cooperativas de crédito, la mayor parte de ellas –66– confederadas dentro del grupo Caja Rural, aunque dos de las mayores –Cajamar y Caja Laboral Popular– funcionan de forma completamente independiente. Ambas, y también Caja Rural Burgos, cuentan con oficinas en Cantabria.

Cualquier aproximación al sector debe comenzar por despejar dudas terminológicas, y no sólo las que puedan llevar a confundir estas entidades con el conjunto de cajas. De hecho, y desde una perspectiva estrictamente cántabra, es imprescindible hacer una primera diferenciación que va más allá del aparente juego de palabras: no es lo mismo cooperativa de crédito que sección de crédito de una cooperativa, lo que marca distancias con fiascos como el acontecido en Monte en 2006, cuando el entramado financiero construido en la cooperativa agraria se vino abajo, con un pasivo de algo más de 22 millones de euros. A diferencia de este último caso, las cooperativas de crédito forman parte del sistema financiero con todas sus consecuencias, lo que supone entre otras cosas el estar sujetas a la regulación del Banco de España, y cubiertas por tanto por el fondo de garantía de depósitos.

Hecha esa salvedad, dos de las tres cooperativas de crédito con presencia en Cantabria –Cajamar y Caja Rural Burgos– tienen, como el resto de cajas rurales, un lejano parentesco con las cooperativas agrarias, de las que nacieron en un pasado más o menos remoto. La tercera, Caja Laboral, tiene su origen en el activo cooperativismo vasco y se integra dentro del conglomerado empresarial de Mondragón Corporación Corporativa (MCC). Ese distinto factor genético tiene su reflejo en algún otro aspecto –en Caja Laboral los trabajadores son también necesariamente socios de la cooperativa, pero no lo son los clientes, como sucede en las rurales– pero en esencia tienen más peso los puntos en común, por cuanto todas ellas forman parte de la tercera vía del sistema financiero español, una vía estrecha por dimensiones pero en la que algunos quieren ver la solidez del negocio bancario más tradicional, antaño patrimonio de las cajas de ahorro. Un modo de operar que huía de las grandes cifras, evitaba el riesgo y buscaba antes el beneficio social que el económico. No faltan quienes, por otro lado, encuentran en estas entidades muchos de los males que han puesto en cuestión el modelo de las cajas, sobre todo en lo que tiene que ver con la capacitación profesional de quienes copan los órganos de gestión, lo que puede dar lugar a quiebras como la que sufrió en su día –volviendo a las referencias autóctonas– la Caja Rural de Cantabria.

Las cifras avalan en principio la visión más positiva, con el único –aunque importante– condicionante del tamaño. En conjunto, las cooperativas de crédito suponen en torno al 5% del sistema financiero español, su morosidad se encuentra claramente por debajo de la media –5,68% frente a 6,35%– y, según los últimos datos, su cartera de crédito crece ligeramente, mientras el grifo de cajas de ahorros y bancos permanece cerrado. Carecen de los problemas para capitalizarse que condicionan al resto del sistema financiero y apenas sufren –cuanto menos en conjunto– la exposición inmobiliaria que tiene en un brete al resto del sistema. Todo lo anterior es tanto causa como consecuencia del limitadísimo tamaño de las entidades que forman el atomizado sector español de las cooperativas de crédito, la mayor de las cuales cuenta apenas con un volumen de activos mayor que el de una caja de ahorros mediana.

Cada vez menor rurales

Aunque nacieron en el ámbito rural y su principal objetivo es cubrir las necesidades financieras de sus socios, quien se acerque a la oficina de una de estas entidades no encontrará diferencia alguna con las sucursales de bancos y cajas, ni en la forma de operar ni en los productos a los que puede acceder. Al convertirse en cliente puede o no acceder también a la condición de socio, aunque es una elección que difícilmente condicionará cualquier decisión, dado que se adquiere con una inversión prácticamente simbólica. Como limitación, las cajas rurales no pueden tener operaciones activas con no socios que superen el 50% de los recursos totales lo que, en la práctica, supone que sea imprescindible acceder a tal condición en cualquier operación de riesgo –como puede ser la contratación de una hipoteca– algo que, en todo caso, tiene un coste mínimo: 60 euros, en el caso de particulares, y 300, si el futuro asociado es una empresa. No parece ningún lastre, si tenemos en cuenta referencias como las de la reciente ampliación de capital de Caja Rural Burgos, por importe de 6 millones de euros, para la que ha habido muchos más solicitantes que participaciones disponibles.

La entidad burgalesa, que responde a la tipología media del sector, es una de las tres cooperativas de crédito que tiene presencia en Cantabria, y de ellas es la que cuenta con una trayectoria más larga en la región y también la que dispone de un mayor número de oficinas, nueve, cuatro de ellas en entorno urbano. Esta última mención no es gratuita, si tenemos en cuenta que en su región de origen la práctica totalidad de las operaciones y clientela de Caja Rural Burgos está vinculada a la actividad agraria, algo que obviamente no sucede en Cantabria, aunque su llegada a la región sí estuvo directamente vinculada con el sector primario. La caja castellana vino a ocupar el lugar de la extinta Caja Rural cántabra, aunque el paso del tiempo, la escasa dimensión del mercado y la competencia de Caja Cantabria y Banco Santander, muy asentados en el ámbito rural local, le fue llevando a diversificar el negocio y a operar en otros sectores, básicamente particulares y autónomos y pymes.

“En Cantabria hemos perdido nuestras señas de identidad, es cierto –admite Fidel Terán, director territorial de Caja Rural de Burgos– pero eso nos llevó a buscar nuevos nichos, y hoy somos una entidad más en la región, se nos reconoce y se nos valora. Estamos muy satisfechos”. Aun con el condicionante de sus modestas dimensiones, lo cierto es que Caja Rural Burgos ha cerrado el difícil año 2010 con un incremento del 4% en el volumen de créditos, un capítulo que ha crecido un 20% desde diciembre de 2007, durante lo más duro de la recesión económica.

“Los tiempos son difíciles para todos, también para nosotros. ¿Por qué entonces mantenemos la solvencia, la capitalización, y somos capaces de seguir concediendo créditos? Por prudencia y diversificación. Apenas tenemos presencia en la construcción, nos centramos en particulares y pymes, y estudiamos las operaciones una por una. No tenemos más secretos”, explica Fidel Terán. Sobre el tamaño, el director de Caja Rural Burgos en Cantabria, que cuenta con algo más de 3.000 socios en la región, asegura que la entidad ha demostrado ser capaz de operar de forma independiente, ganándose y defendiendo su hueco en el mercado. Los beneficios que pudieran derivarse de un proceso de fusión, señala, se han alcanzado ya en buena parte gracias al grupo Caja Rural. “Lo que están haciendo ahora las cajas de ahorro es lo que hemos hecho nosotros ya, en buena medida, con el grupo: nos prestamos apoyo mutuo, compartimos servicios y tenemos un banco, el Banco Cooperativo Español, que hace de cúpula del conjunto de entidades”, señala.

Los 1.100 millones de activos de Caja Rural Burgos la sitúan en el puesto número 20, por tamaño, dentro de las entidades federadas en el Grupo Caja Rural, que suma 64.295 millones de euros como total de activo. Ambas son cifras que dan cuenta de las pequeñas dimensiones del sector, muy lejano del tamaño que alcanza en Europa, donde cooperativas de crédito como la holandesa Rabobank o la francesa Credit Agricole tratan de tú a tú con los gigantes de la banca. Aunque comparte algunos servicios –la plataforma informática, por ejemplo– y tiene mecanismos para que los socios se apoyen entre ellos, el grupo del que forman parte la mayoría de las cajas rurales españolas no integra los activos y pasivos de las entidades que lo conforman, que mantienen plena independencia en sus balances. Como lugar de encuentro, sí que ha servido para catalizar algunos procesos de integración que, en un camino similar al recorrido por las cajas de ahorros, empezaron diseñándose como fusiones frías para terminar por exigir de sus integrantes la cesión de todo su negocio a la entidad resultante. El camino, de cualquier forma, no se está recorriendo ni con las prisas ni con las presiones que viven las otras cajas, algo que se explica tanto por los buenos indicadores de solvencia como por la propia dimensión del sector, que apenas tiene capacidad para comprometer la estabilidad del conjunto del sistema financiero.

Otra de las consecuencias que se derivan de la existencia del grupo Caja Rural, y no menor cuando se habla de una hipotética integración, es la relativa coordinación con la que cada entidad ha acometido su proceso de expansión, lo que hace que apenas se dé solapamiento de sucursales en la misma provincia. Eso, que ha evitado que la conquista de nuevos mercados se diera con la agresiva competencia en crédito promotor que ha comprometido las cuentas de las cajas de ahorros, facilita también las fusiones pero, al tiempo, minimiza los ahorros de costes que puedan conseguirse.

Esa falta de solapamiento también se da en Cantabria, dado que Caja Laboral y Cajamar, las otras dos cooperativas de crédito que, junto a Caja Rural Burgos, tienen presencia en la región, no forman parte del grupo Caja Rural. La almeriense Cajamar Caja Rural, que formó parte en su día del grupo, es hoy la mayor cooperativa de crédito española, con activos por valor de cerca de 30.000 millones de euros. También es una de las más proactivas en el tímido proceso de reestructuración del sector, liderando fusiones –la última en junio, con la valenciana Caja Campo– que por el momento se han concentrado geográficamente en el arco del sur y el levante de la península. La llegada a Cantabria se produjo en 2008, con la apertura de una oficina en Torrelavega, y se consolidó en septiembre del año pasado con la entrada en servicio de la sucursal de la calle del Martillo de Santander.

Una caja distinta

Una trayectoria más larga, y también una mayor presencia en la región, tiene Caja Laboral Popular, que sigue a la almeriense en el ranking de las mayores cooperativas de crédito españolas. La rama financiera de Mondagón Corporación Cooperativa abrió en 2004 su primera oficina en Cantabria, donde cuenta hoy con 7 sucursales, 26.000 clientes y 30 socios trabajadores. Esto último –junto a la “vocación por el empleo”, que subraya José Ángel Vallejo, director territorial para Cantabria y Asturias– aporta el principal elemento distintivo de la cooperativa guipuzcoana que, a diferencia de las cajas rurales, no busca sus socios entre los clientes. Por lo demás, es plenamente representativa de lo que es una de las principales características de las cooperativas de crédito: buenos indicadores de calidad y pequeño tamaño.

Aun siendo una de las mayores cooperativas de crédito, los 21.000 millones de activo con que cuenta Caja Laboral Popular la situarían como una caja de ahorros de dimensiones más o menos modestas, abocada por tanto a fusionarse con otras en busca de ese tamaño mínimo que pide el Banco de España. En cambio, y a diferencia de lo que sucede en el caso de Cajamar, la cooperativa vasca no está jugando ningún papel en ese proceso, y apuesta en principio por continuar operando en solitario. “En la selva hay elefantes y hay ardillas y pueden vivir tanto unos como otros. Lo que no podemos –apunta José Ángel Vallejo– es competir con las mismas armas que los grandes, tenemos que especializarnos en calidad. ¿Podemos operar con el tamaño que tenemos? Estamos demostrando que sí, cuestión distinta es que el Banco de España decida otra cosa, y considere que, en lugar de las 80 cooperativas de crédito que existen actualmente, deba haber cuatro o cinco. Si eso sucede, ya veríamos qué hacer”.

El director regional de Caja Laboral en Cantabria no cuestiona la necesidad de reestructurar el sistema financiero, y admite que la propia entidad guipuzcoana –que cerró a comienzos de año su oficina de la calle Juan de Herrera de Santander para evitar duplicidades con la de Jesús de Monasterio– está llevando a cabo su propio proceso en ese sentido, aunque recalca que sin que eso suponga impacto en el empleo. Pero, sobre todo, asegura que el que una entidad financiera pueda permitirse ser a la vez fuerte y pequeña se explica sobre todo por lo realizado en los años anteriores a la crisis. “El Banco de España tiene razón cuando dice que un banco, o una caja, precisa un tamaño mínimo para acudir a los mercados mayoristas de capital. Pero es que nosotros no necesitamos acudir a esos mercados, porque no tenemos las necesidades que tienen las entidades que han crecido con la inversión inmobiliaria”.

Como el resto de cooperativas con presencia en Cantabria, la oferta de producto de Caja Laboral no se diferencia de la que pueda ofrecer una entidad financiera convencional. También como ellas ha concentrado su negocio en los últimos años en el segmento de pymes y particulares, con especial atención al crédito al consumo. Las tres, Caja Rural Burgos, Cajamar y Caja Laboral, acabaron el pasado año con beneficios modestos –de 5, 12 y 51 millones, respectivamente– pero que, aunque decrecientes a consecuencia de la caída del negocio y del margen, se sostienen mejor que los de entidades mayores. Todas manejan ratios de solvencia y de capital principal de dos dígitos, y son excedentarias en liquidez. En conjunto, son indicadores que dotan de una batería de argumentos a quienes defienden un modelo de banca distinto y que, en esencia, no es diferente al que inspiraba en origen a las tradicionales cajas de ahorros. Queda por demostrar la capacidad de las cooperativas de crédito para desenvolverse, con su modesto tamaño, en una crisis de impacto global y dimensiones de gigante. Vivir como ardillas en la selva, siguiendo la metáfora que propone el director de Caja Laboral, pero intentando salir indemnes en medio de una estampida de elefantes.

La deuda actual del Racing asciende a casi 74 millones de euros a vencer en los próximos cinco ejercicios, de los cuales más de 43 deben ser abonados antes del 30 de junio de este año. Con semejante panorama, la llegada del magnate indio se convierte en la única opción de continuidad para un club que se veía abocado al concurso de acreedores o incluso, a la disolución, unos riesgos que tampoco serán fáciles de evitar en el futuro.

Texto de Jesús García-Bermejo Hidalgo @chusgbh
Publicado en marzo de 2011

La noche del 29 de enero se ponía fin en los Campos de Sport de El Sardinero al complejo proceso de venta del Racing. Unas negociaciones que pasaron por momentos de incertidumbre, tensión, satisfacción, y que, finalmente, suponen uno de los cambios más radicales en los casi cien años de historia con los que cuenta el club. Incertidumbre, dadas las dudas que en su momento despertó el nuevo propietario del equipo, Ahsan Ali Syed, en lo que respectaba a su pasado, su patrimonio y, en definitiva, a su capacidad para hacer frente a los compromisos adquiridos si se hacía con el control del conjunto cántabro. Tensión, debida a los continuos retrasos en el cierre de una operación que parecía resuelta y, sobre todo, por las declaraciones realizadas en aquellos momentos por el consejero de Economía y Hacienda, Ángel Agudo, en las que aseguraba que, de no concretarse la venta, el Racing podría entrar en proceso de disolución. Y satisfacción, porque, tras muchas idas y venidas, y el sufrimiento de los aficionados verdiblancos prolongado durante días, la imagen del magnate indio levantando los brazos, junto con los de Miguel Ángel Revilla y Francisco Pernía, suponía el final de una negociación fugaz y el comienzo de un proceso que, en palabras del propio Ali Syed, llevará al Racing a “grandes cotas del fútbol mundial”.

Con el acuerdo, el 80,38% de las acciones del club pasan a estar en manos de WGA Sports Holding, firma propiedad del nuevo dueño del Racing, al haber adquirido esta el paquete accionarial que hasta el momento pertenecía a Dumviro por unos 2 millones de euros. Esta cifra forma parte de los más de 30 millones que, a corto o medio plazo, deberá desembolsar Mr. Ali, entre los que están incluidos el pago de los intereses del crédito del club con la propia Dumviro –1,3 millones de euros–, el total del crédito participativo con Cantur –en torno a los 7 millones de euros– y 1,3 millones concedidos al equipo por entidades financieras como adelanto de los contratos televisivos. Además, dentro de este importe hay que incluir los cerca de 13 millones de euros de deuda con Hacienda, los casi 2 millones pendientes con la Seguridad Social y otras administraciones, 3 millones de euros que se deben a trabajadores del club –plantilla deportiva y otros empleados– y 4 millones más que se adeudan a otros clubes y entidades. Y a todo ello habría que sumar las dos ampliaciones de capital que hay abiertas y que fueron aprobadas por la Junta General de Accionistas en el pasado mes de diciembre: una, de 3,8 millones de euros, de realización inmediata, y otra, de 3,5 millones, para finales de año.

“Hasta ahora ha cumplido todos los compromisos adquiridos”. Estas palabras pronunciadas por Ángel Agudo tranquilizaron a muchos, especialmente a quienes dudaban de la capacidad del nuevo propietario para hacer frente a los pagos. Al cierre de esta edición de Cantabria Negocios, el Gobierno regional ya había recibido la cantidad correspondiente al primer plazo –750.000 euros– del préstamo participativo que en su día concedió al club la empresa pública Cantur, que será abonado en su totalidad en los próximos 18 meses. Del mismo modo, Syed ha asumido la deuda contraída por el Racing con la Agencia Tributaria que estaba próxima a vencer: 1,8 millones de euros que, de no haber sido afrontados, podían haber provocado el embargo de la sociedad, fijándose, además, un calendario para satisfacer el resto de la deuda. Finalmente, Alí ha desembolsado 750.000 euros para el primer pago del paquete accionarial de Dumviro. En total, entre los importes ya afrontados por el empresario indio y los avales ejecutables comprometidos, Mr. Ali ha hecho ya una inversión real cercana a los 6 millones de euros, importe que debiera tranquilizar a los más escépticos, algo que parece haber logrado. Sin embargo, lo que aún despierta cierto recelo son las intenciones del recién llegado.

Situación límite

Según sus propias palabras, Syed tiene previsto invertir, amén del pago de la deuda del Racing, 50 millones de euros en cinco años para crear un equipo que, según sus propias palabras, sea “grande y sostenible”. A priori, podría parecer que convertir al Racing en un conjunto capaz de luchar por clasificarse para competición europea es una misión complicada. Sin embargo, no menos complejo le va a resultar al nuevo propietario hacer del Racing un equipo sostenible, especialmente si se observan los resultados económicos de la sociedad en los últimos ejercicios, y que pueden convertir una inversión como la anunciada en claramente insuficiente.

Y es que, según el informe anual del conjunto cántabro, el Racing cerró la pasada temporada con unas pérdidas de 14.783.517,68 euros. Y la situación patrimonial del equipo no es mucho mejor, con un saldo negativo, a 30 de junio de 2010, de 16.220.793,70 euros, cifra preocupante, más aún si se la compara con las registradas a la conclusión de las temporadas 2007-2008 y 2008-2009, de 3.766.106 euros y 1.507.251 euros, respectivamente. Sin embargo, estos registros pasan prácticamente desapercibidos frente a la deuda del equipo, con casi 74 millones de euros a vencer en los próximos cinco años, entre los compromisos con entidades de crédito, los contraídos con otros equipos, los pagos pendientes a Hacienda, Seguridad Social y empleados del propio club, los acreedores institucionales y los intereses a abonar a corto plazo. De esta cuantía, el Racing debe afrontar más de 43 millones de euros antes del 30 de junio de este año, y más de 20 con anterioridad al cierre de la siguiente temporada.

Las obligaciones con la Agencia Tributaria mantienen cautivos los activos más significativos del club, ya que, como garantía de los aplazamientos de deuda concedidos por Hacienda, el Racing cedió los derechos económicos del contrato de derechos televisivos que el club tiene suscrito con Mediapro, correspondientes a los dos últimos trimestres de la temporada 2009-2010 y de la totalidad del presente ejercicio. Del mismo modo, el club tiene pignorados los derechos de los jugadores de la primera plantilla como garantía de pago. Syed se ha comprometido a asumir esta deuda y, de no hacerlo en los plazos pactados, cualquier traspaso que consiguiese realizar el equipo iría directamente a parar a las arcas de la Agencia Tributaria, además de perderse los ingresos procedentes de Mediapro, empresa que adeuda al propio Racing más de 2 millones de euros, pero que se encuentra en concurso de acreedores, lo que pone en serio riesgo la obtención de la totalidad de este importe.

Otra de las obligaciones acuciantes que el Racing ya ha afrontado, al menos en parte, es la contraída con los propios empleados del club, la cual ascendía, a 30 de junio de 2010, a 1.924.966 euros. En un primer abono, todos los empleados, salvo los futbolistas de la primera plantilla, cobraron lo adeudado, a nómina correspondiente al mes de enero, dentro de un calendario de pagos que se plantea como objetivo saldar todo lo que se debe, también sueldos y fichas del equipo profesional, antes de que acabe el mes de abril. Aun con la deuda a cero, el nuevo propietario del Racing tendrá por delante la tarea de hacer cuadrar mínimamente los números, para que el desequilibrio no se reproduzca en el futuro. Y no va a ser un trabajo fácil. Por lo pronto, una de las primeras medidas debería ir encaminada al logro de una mayor capacidad de previsión, dado que, en los dos últimos ejercicios, el importe neto de la cifra de negocios del club ha coincidido casi al céntimo con los gastos de personal, con lo que el resto de capítulo de gastos pasaba directamente a computar como déficit, a no ser que un ingreso extraordinario, en forma de traspaso, lo compensara. El presupuesto del equipo para la presente temporada compensa en parte esa dependencia de la venta de activos, pero no lo suficiente: frente a los casi 20 millones y medio de euros en ingresos procedentes de operaciones corrientes, el gasto en personal es de 17 millones de euros.

De hecho, el capítulo de ingresos por la venta de futbolistas, el comodín para cuadrar las cuentas de cada año, contempla esta temporada una cantidad de 7.984.840, el 24% de un presupuesto total de 33.225.000 euros. Las últimas temporadas ya han demostrado que lograr ingresar esta cifra parece complicado, y no especialmente recomendable en términos financieros, si se tiene en cuenta que los jugadores del equipo forman parte del activo de la entidad. Desde un punto de vista deportivo, que el Racing obtenga casi 8 millones de euros por la venta de uno o varios jugadores parece prácticamente utópico. A la tendencia a la baja que viene dándose en el mercado futbolístico en los últimos años, hay que unir otros factores no menos importantes, como el número de futbolistas que el club tiene en propiedad actualmente –muchos jugadores están cedidos sólo para la presente campaña–, la edad de estos o la escasa proyección e interés que parecen despertar, al menos hasta la fecha, por parte de otros equipos.

¿Y ahora?

Con un fondo de maniobra, a 30 de junio de 2010, que arroja un saldo negativo de 26 millones de euros, el índice de solvencia que presenta el Racing es, según diversas fuentes, el propio de una sociedad en situación concursal o incluso, en proceso de disolución. Sin embargo, la llegada de míster Ali parece haber acabado de golpe y porrazo con estos fantasmas, a los que, por otra parte, ya se han enfrentado numerosos clubes del fútbol nacional –Rayo Vallecano, Betis, Real Sociedad, Sporting de Gijón– en una lista que no es descartable que siga aumentando con el paso del tiempo. Como trasfondo, un cambio de modelo provocado por la crisis de la construcción, el sector que había venido alimentando los desmanes futbolísticos y que, a resultas de la crisis, está abandonando en masa los estadios. El Racing es uno de los ejemplos más claros. La suspensión de pagos de Seop –la empresa de la familia Montalvo, propietarios a su vez de Dumviro– dejó al club cántabro sin ninguna posibilidad de encontrar financiación en sus propios accionistas, abocándoles a una situación límite cada vez que no cuadraban los presupuestos, algo que el parón del mercado de los traspasos –otro daño colateral de la crisis económicas– provoca temporada tras temporada.

Donde antes había ladrillo, ahora hay fondos de inversión, lo que puede servir para resolver los problemas de financiación pero no tiene por qué convertir en viable un negocio que es ruinoso desde su origen. Es cierto que con el nuevo propietario llegan algunas oportunidades que nunca antes el club ha estado en disposición de explotar, empezando por la promoción de la marca Racing en Asia, con especial protagonismo de los ingresos televisivos. De cumplirse lo prometido por el magnate indio, también será una novedad el poder operar sin el lastre de la deuda. acabar con la totalidad de la deuda del club, reformar el estadio del equipo y dotarlo con la última tecnología, etc. Por el momento, todo son expectativas, y míster Ali sigue siendo más conocido en el panorama nacional por sus efusivas celebraciones en el palco que por sus inversiones, De aquí en adelante –ha afirmado que para culminar su proyecto en el equipo deberán transcurrir 15 años–, los aficionados, las instituciones de la región, incluso los propios empleados del club, esperan que sea la segunda faceta la que le lleve a consolidarse en el fútbol nacional, y al Racing con él. Por lo pronto, este próximo verano se presenta ajetreado en las oficinas de los Campos de Sport de El Sardinero.

Conseguir la máxima calificación en la Guía Michelin catapulta al Cenador de Amós a un exclusivo club culinario del que forman parte solo otros diez miembros en España, al tiempo que abre nuevas oportunidades para el proyecto que comandan Jesús Sánchez y Marián Martínez, que tiene al restaurante como abanderado pero que no ha dejado de diversificarse en los últimos años. La tercera estrella para el establecimiento de Villaverde de Pontones, y el mantenimiento de los distintivos que ya tenían otros cinco restaurantes de Cantabria, refuerza además la posición de Cantabria como destino para el turismo gastronómico, un visitante con un perfil especialmente interesante por su procedencia y por su alto poder adquisitivo.

Texto de José Ramón Esquiaga @josesquiaga Fotos de Nacho Cubero @Nachocuberofoto

Sumarse a una élite de la que forman parte apenas una decena de competidores en España, y poco más de un centenar en todo el mundo, supone un éxito que, en una empresa de cualquier otro sector, se valoraría por encima de todo en términos estratégicos. No sucede así en la hostelería ni en lo que toca a la más prestigiosa guía gastronómica y sus icónicos distintivos estrellados: para un restaurante alcanzar la máxima calificación en la Guía Michelin es ante todo un hito profesional, un aval al producto que se sirve y al servicio que se presta que, solo secundariamente –y no siempre–, se traduce en una mejora en la rentabilidad del negocio. Jesús Sánchez, chef del Cenador de Amós y junto a su mujer, Marián Martínez, responsable del proyecto empresarial que tiene al restaurante como abanderado, alcanzó ese primer escalón culinario el pasado 20 de noviembre, en un éxito que culminaba el camino abierto 25 años atrás con la concesión de la primera estrella, y coronaba un proyecto en el que las consideraciones puramente empresariales –admite el cocinero– han tenido un peso secundario. Por delante, y más allá del tópico sobre la mayor o menor dificultad del llegar y el mantenerse, está el reto de poner ese aval al servicio del negocio, un reto al que nunca antes se ha enfrentado ningún otro restaurante cántabro y que presenta derivadas interesantes no solo para el restaurante ubicado en Villaverde de Pontones.

Jesús Sánchez, trabajando en la cocina del Cenador de Amós.

Jesús Sánchez y Marián Martínez fueron recibidos por Miguel Ángel Revilla en el aeropuerto Seve Ballesteros-Parayas, a su regreso de la gala sevillana en la que se anunció la concesión de la tercera estrella al Cenador de Amós. Más allá del incuestionable olfato del presidente de Cantabria para situarse allí donde está la noticia, la entusiasta recepción estaba justificada por otras razones, y sobre todo por la relevancia que el distintivo puede tener a la hora de promocionar a la región como destino de un turismo, el gastronómico, especialmente interesante en términos económicos. En las primeras horas tras el anuncio del triestrellato, el Cenador de Amós atendió cerca de 400 solicitudes de reserva, muchas de ellas llegadas de fuera de España, una cifra que se situó en el entorno de las 700 diarias en las siguientes jornadas y que, aunque pueda remitir con el paso del tiempo, prueba que la de Michelin es, en efecto, una guía que orienta los pasos de un número ciertamente significativo de viajeros.

Repercusión económica

El tirón de la demanda que supone aparecer entre los restaurantes más reconocidos por la guía –alcanzando esa condición, además, un año en el que ningún otro restaurante español sumó una tercera estrella– es también uno de los datos más relevantes para valorar la repercusión que ese reconocimiento tiene en términos puramente empresariales. El Cenador de Amós es un negocio que emplea a 22 trabajadores, y factura en torno a 1,2 millones de euros anuales, cifras que lo sitúan en una posición notable dentro del sector hostelero de la región y que dan cuenta de la actividad que genera el establecimiento para una nómina de proveedores en la que la que es mayoritaria la presencia de empresas y productores cántabros. El restaurante, y su chef, son también una marca que ampara otros proyectos, tanto en hostelería como en producción alimentaria, y es ahí donde la tercera estrella puede suponer un estímulo decisivo, tanto para las iniciativas en marcha como, sobre todo, para allanar el camino a nuevas ideas.

Jesús Sánchez considera que es precisamente en ese entorno, en el ámbito de los nuevos proyectos, donde el aval de Michelin puede tener un efecto más apreciable en el negocio, por más que este vaya a dejarse notar en todos los aspectos del negocio, tanto desde el lado de la oferta como desde el de la demanda. Con todo, el chef del Cenador de Amós asegura que lograr la tercera estrella nunca fue un objetivo  que se planteara en términos de estrategia empresarial, ni tampoco que formara parte de ningún plan a largo plazo: “No nos lo planteamos hasta después de que nos dieran la segunda, pero ni siquiera de una forma inmediata. Sencillamente vimos que teníamos un equipo fuerte, comprometido, que hacía posible conseguirlo. Y fuimos a por ello”, explica el chef, que también considera que era el momento adecuado desde un punto de vista más personal: “Tenía entonces 53 años, que es una buena edad para atender todo lo que supone ir a por la tercera estrella. Más joven hubiera implicado más renuncias”.

Una vez llegados a la meta, y aunque los objetivos puramente profesionales primasen sobre los que tienen una repercusión más directa sobre la cuenta de resultados, el chef del Cenador de Amós admite que situarse en el punto de mira de quienes demandan alta cocina coloca a la empresa ante un nuevo escenario. De entrada, y en lo más inmediato, el tirón que han experimentado las reservas a partir del 20 de noviembre ha ayudado a cuadrar unos números que se habían visto  afectados por un mes de julio que Sánchez califica como “titubeante”.  Aunque no cree que las cifras de los primeros días vayan a mantenerse en el tiempo, sí está convencido de que la demanda experimentará un crecimiento tanto en términos cuantitativos como en sus características: “Nuestro público objetivo es ahora mucho más amplio, y ha cambiado, es más internacional. La avalancha inicial no se va a mantener, pero sí va a haber un flujo continuo, eso supone más ventas, pero también más inversiones por nuestra parte”, explica el chef, que para calibrar el impacto que todo ello tenga en las cuentas prefiere hablar de sostenibilidad, antes que de rentabilidad: “Lo que esperamos es que las tres estrellas redunden en beneficio de todos. No tenemos un pensamiento puramente mercantil, hablo por ejemplo de que nos permita trabajar de otra manera, favoreciendo la conciliación de nuestros trabajadores, que han hecho un esfuerzo extraordinario para conseguir llegar hasta aquí”.

Jesus Sanchez y Marián Martínez, chef y jefa de sala del Cenador de Amós, con una reproducción de las tres estrellas con las que la Guia Michelin identifica los mejores restaurantes

En esa línea, uno de los objetivos que se plantea en la nueva etapa que se abre ahora pasaría por reducir las horas de apertura. Actualmente el restaurante está abierto de martes a domingo, aunque solo sirve cenas los viernes y los sábados, limitándose el servicio a las comidas el resto de los días. La idea es que el martes pase a ser también día de descanso. El aumento del precio de los menús que se ha producido tras la concesión de la tercera estrella sería una de las claves para conseguir que los ingresos sostengan la actividad con menos días de apertura. La oferta del restaurante se articula en torno a tres menús degustación, denominados ‘Memoria’, ‘Esencia’ y ‘Experiencia’ que se sirven a 114, 137 y 167 euros, respectivamente, bebida aparte. Antes de alcanzar el triestrellato los precios eran de 89, 120 y 157 euros para cada uno de las mencionadas cartas.

Diversificación

Además del restaurante de Villaverde de Pontones, Jesús Sánchez cuenta con otros proyectos en marcha que pueden verse beneficiados por el espaldarazo que supone la Guía Michelín, por más que el reconocimiento lo sea únicamente al Cenador de Amós. La cafetería El Muelle, en el centro Botín, sería el más conocido de ellos, aunque el cocinero también tiene iniciativas en funcionamiento en el ámbito de la formación, la consultoría o la fabricación de pan. “Son proyectos muy distintos al restaurante, y no es fácil saber la repercusión que pueda tener la concesión de la tercera estrella. Es verdad que estos primeros días hemos podido ver que se agotaba el ‘pan de Amós’ que vendemos en El Corte Inglés de Santander, pero habrá que ver si eso se mantiene en el tiempo”. En cualquier caso, admite Sánchez, la relevancia de la que dota la tercera estrella va a ser un elemento que facilitará la puesta en marcha de nuevas líneas de negocio: “Hay más empresarios interesados en asociar su marca con la tuya, y eso abre oportunidades que habrá que estudiar”.